Necesito escribir
sobre aquellos dias en los cuales el paisaje de la tierra donde vivo era
virgen.
Caminábamos
descalzos sobre los cantos rodados y las rocas que estaban en la playa, que
estaba virgen, sin contaminar. Como mucho, algunos peñascos tirados en ciertas
zonas para que el mar no se comiera la carretera.
Nos subíamos sobre
las placas submarinas que quedaban al raso bajo una cortina de agua tímida y
que estaban llenas de una pelusilla marrón, un alga muy fina, como una especie
de musgo. No resbalábamos por allí. Había otra alga más verde y más dura que sí
ofrecía peligro de caer, pero como mucho… al agua. Me gustaba pasear sobre esas
placas y ver los pequeños peces entre las algas así como los que se esconden
debajo de la arena para pasar inadvertidos. Me gustaba bucear para unirme a las
bandadas enormes de pececillos y navegar junto a ellos o por debajo para no
molestar. La verdad es que me sentía muy integrada al fondo submarino. Y podía
permanecer varios minutos bajo el agua sin respirar, a la vez que nadar muy
rápido para cubrir largas distancias. Era magnífico.
También me gustaba
caminar sobre las rocas del puerto o de la playa, las placas que ya salían más
hacia fuera. Por allí tenía la sensación de que cada roca era un desafío a vencer.
Las rocas de superficie más alisada se podían pisar sin calzado pero tenían el
peligro de que algún pescador dejara por allí sus anzuelos y encontrarlos
clavados en la dureza que se hacía en la planta, dureza que yo creía que
sobreviviría en mis pies durante años. Pero había rocas resbaladizas,
escarpadas y muy ásperas que dañaban la planta. Y cada una tenía su manera de
ser pisada y solventada. Tenía entonces una estrategia para pasar por cada una
de ellas e incluso, cuando logré dominarlas, encontré un pasadizo debajo para
ocultarme, escuchando debajo de mí el mar rompiendo en los días de temporal y
cubierta de la lluvia. Además nos habíamos especializado en la cogida de erizos
y pechelinas sin cuchillo y su posterior consumo con agua de sal, así que
comida y resguardada pasaba muchas tardes de primavera, otoño e invierno en
aquella playa de la cual decían que no tenía mucho interés para divertirse.
Claro, no tenía arena, no se podía jugar bien a las palas, pero con unas
sandalias sí era factible. Tenía un fondo y una riqueza marina que merecía la
pena resguardar. Pero no sé por que, la frivolidad siempre gana las partidas.
En la vida, todas
estas experiencias me servían también para solventar los peñascos que tenía que
pisar en mi camino. Cada problema o cada roca era ese desafío a superar. Mi
entrega, mi voluntad, mi firmeza a la hora de conseguir aquello que deseo y
luchar hasta el final por lo que parece imposible, doblegarlo o, en su caso,
saber renunciar a ello porque tenemos metas imposibles también. A todo esto me
ayudó el camino que seguí en la vida con mis experiencias. Me ví en la
necesidad de enseñar a mi cerebro con práctica que los obstáculos siempre son
susceptibles de ser superados. E incluso a mirar por encima de esos obstáculos
o integrarse dentro del problema y reventarlo desde dentro o hacer de él un
refugio, de su esqueleto, de su cuerpo.
Cuando tras
solventarlo o renunciar, había quien me decía que parecía no tener corazón, me
daba mucha tristeza. Aún ahora, en cuanto puedo resolver algo intento poner
manos a la obra rápidamente y parece que no siento ni padezco. Me pongo
rápidamente en acción. Y al acabar, parece que veo las cosas tan fáciles… Claro
que sufro, padezco como todo el mundo, me alegro como todo el mundo y como a
todo el mundo le ocurre, no me gusta el dolor ni el sufrimiento mío ni el de
los demás. Y menos mantenerlo durante dias, años, horas, a toda costa. No sé
por qué, tengo un espíritu más práctico
y no me ha gustado nunca el planteamiento de: paciencia, quédate sentada, mira,
reflexiona, ve, y a ser posible,
mantente al margen. No, no es lo mío. Lo mio es ver el problema, reconocerlo,
buscar soluciones y actuar. Que salgo muchas veces herida… las cicatrices que
adornan mi cuerpo lo demuestran, pero mi trabajo resulta bien hecho en la
mayoría de las ocasiones.
Y sobre todo,
orden. Cuando a mi pesar, muchas veces, logro colocar la cosas en su lugar,
aunque en mi pecho o en mi interior el dolor persista, me alegro de ver que las
cosas siguen su curso y evolucionan favorablemente, como ha de ser. También he aprendido a ver cuándo soy un
escollo a solventar y me elimino lo más rápidamente posible. Me dicen que eso
lo tienen que decidir los demás… pero no me gusta alargar sufrimientos gratuita
ni innecesariamente.
Y menos encontrar
negligencia, frivolidad, snobismo en mi entorno. No sé,
no he tenido mis experiencias para vanagloriarme de ellas sino quizás por
seguir organizando y reorganizando este entorno en el que vivo que no entiendo
y que me hace vivir en una constante incomprensión y la mayoría de las veces,
percepción de las cosas. No he entendido nunca la crueldad gratuita del ·”ese
no es como yo” sin tener una razón por la cual ser cruel. Así que siempre que
alguien no me gustaba acudía a conocer el por qué no me gustaba. Y buscaba un
por qué me gustara. Y aplicando de este modo las cosas en la gente que me
rodeaba, lo aplicaba en mi entorno. Siempre me disgustó la gente que se queja
de que algo está mal, sentada en su sillón sin moverse para solucionarlo.
Porque no se podía. Bueno yo iba a ver qué podía hacerse y me consta que otra
mucha gente lo hace también. No nos quedábamos en casa escribiendo y
lamentándonos por lo que podía o no podía ser, debía o no debía ser. Nos
incorporábamos a labores de voluntariado y es más, nos inmiscuíamos con aquellos
a los que nadie quería para desgracia de nuestras familias o de nuestro entorno
social. Ahora que me han tenido que detener para poder escribir, antes escribía a lo sumo algún poema
existencial o los trabajos escolares – ahora es cuando puedo realizar un suma y
sigue de todos estos hechos. Pero entonces, no había tiempo. Ahora es cuando
entiendo que nadie me atracara por las noches, cuando volvía a casa tarde,
aunque algún que otro susto sí me llevé porque nunca se sabe cuándo la gente va
a reaccionar ni como. Precisamente los sustos venían de la gente supuestamente
“bien”, de los que se quedaban sentados en el sofá o necesitaban la seguridad
de su entorno.
Aún ahora sigo
solventando escollos e incluso enseño a los míos a seguir ese camino. El
escollo de la droga, el escollo de la incomprensión, el escollo de la pobreza.
El escollo de la amargura, de la paliza, de la irracionalidad, del racismo, del
miedo sobre todo. Y hoy, cuando hablaba
con una amiga que es como yo, de los problemas que surgen con nuestros hijos,
quienes también caminan con sus pequeños pies descalzos sobre la vida,
analizando sus respuestas ante los problemas, creo que nos hemos sentido ambas
muy orgullosas. De saber hacer y de saber renunciar. De no odiar y de razonar
para seguir queriendo. De saber hacer frente a la soledad, a la amargura y a la
incomprensión y de seguir construyendo sin parar. Esta conversación duró media
hora ante un zumo porque la inmovilidad está fuera de nuestro alcance y en
seguida nos volvimos a poner en acción. A unir, a atar, a desatar, a apoyar, a
ayudar, a arreglar. O a desatar y desarreglar que muchas veces también hay que
hacerlo así.
Ella por tierra, yo
por mar. Ambas fuimos niñas que saltamos por encima de los problemas calizos o
de los placajes marinos de la irrealidad. Y espero que ya, no cambiemos.
Que sigamos mirando
con nuestras manos abiertas y nuestros pies descalzos los temporales de la vida
y la cordillera de la negligencia
humana. Y sepamos solventarlos.
All rights belong to its author. It was published on e-Stories.org by demand of Maria Teresa Aláez García.
Published on e-Stories.org on 19.01.2008.
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