Cristina Contreras Mercado

Yatsuba, el último emperador. Cap 1- Helena.

Los rayos del dorado Sol de mañana salían por las cortinas del balcón que me apartaban del resto de mi mundo. Esa, mi alcoba, era mi aposento privado, alejado de los deberes y de los regaños de mi padre y, sin embargo, hoy debía alegrarme el salir de ahí ya que era mi cumpleaños número 16 y me convertía en un hombre. 

En Kubatza solíamos festejarnos los unos a los otros entre la familia real por cualquier cosa, los cumpleaños no eran excepción pero nada como el decimosexto cumpleaños, era toda una ceremonia, desde el inicio religioso en la capital de Kubatza hasta "La gran fiesta primordial" en el palacio real donde todos en el reino estaban cordialmente invitados guardando, claro, la distancia entre las clases sociales como había dictado mi padre a inicios de su gobierno.
"Señor Ryumanade, ¿podría pasar a su alcoba?, ¿ya se ha despertado su excelencia?" susurraba una voz débil por fuera de mi puerta cerrada y sellada con miles de dorados candados. 
"¿Cuántas veces he de decirte que me llames Ryu, Yajabba? Ya puedes pasar, estoy despierto". A mi orden se escucharon los sonidos de las cerraduras mecánicamente abriéndose una tras otra, en total formando 6 sellos que abrió un hombre de elegantes vestimentas de seda decorada y ornamentos de oro y plata, el hombre entró tambaleante acariciándose la barba blanca y estilizada mientras dos mujeres a sus lados entraban a toda velocidad perfectamente maquilladas y arregladas para el el vento. 
"Ya lo han esperado desde el el séptimo rayo de mañana. Ahora han pasado doce rayos, su majestad, ¿planea salir algún día?" - "Saldré cuándo me parezca oportuno, Señor Yajabba, o planea usted explicarle a mi padre porqué su hijo ha salido en ropajes privados?". Después de toda una charla con mi viejo consejero Yajabba logré regalarme unas horas más antes de salir al agobiante espectáculo lleno de gente rica y poderosa con la que pronto me harían hacer alianzas y probablemente pactar guerras con otros países pequeños a gobernar en un futuro.
 Mi padre siempre había sido un gran rey que consideraba a su pueblo antes de cualquier cosa, amaba la vida y la respetaba, hacía cumplir la ley incluso si a veces le dolía. Era un rey justo y respetable. Era. Hasta que murió mi madre. 

La reina Elíon era el primer y único amor de mi padre y a causa mía la había perdido para siempre. Los viejos me cuentan de la justicia y el amor como si mi padre fuera la espada fundada en esos principios, como si todo aquello que el ha realizado durante las peores épocas fuera el clímax de la bondad y la pureza. Y hoy es el día. Hoy es el día en el que se supone debería demostrar total falta de cobardía y suceder a mi padre. Suceder al "Rey Galeón" que ha gobernado los últimos 50 años no es nada sencillo. Pero nadie debe darse cuenta, según Yajabba, según él ya soy todo un hombre y podré desempeñar mi papel a toda máquina como mi padre lo hizo a mi edad.

Se supone. Se supone que debo poder. Y se supone que debo tener la mente clara mientras camino por los pasillos reales con mis ropajes dorados de sucesión. Pero nada de lo que "se supone" sucedería hoy está pasando. 
"Espere aquí, su alteza, prepararé a su público". Habíamos caminado más de la mitad de los territorios en Palacio y aún así "mi público" no estaba listo con todo y el retraso. No me quedó otra opción que quedarme ahí parado con las incómodas zapatillas de oro que me habían obligado a usar las asistentas ese día. 
Mientras esperaba tras las puertas macizas de roble que cubrían mi real espectro del resto de las personas comunes pude admirar mi propia belleza en el rocío de mañana que encontré sobre algunas plantas de Palacio. Las telas de seda y los pisos perfectos que reflejaban el cielo azul se tendían a mis pies. Podría gobernar al mundo, ahí, parado en el cielo y sin embargo tendría que hacerlo desde una silla el resto de mi vida sin elección alguna. 
Mi vida hasta los 16 había sido más que satisfactoria, había comido lo que habría deseado, visto cuantas cosas hubiera pedido, ordenado más de 100 ejecuciones sin remordimiento alguno, habría jugado con más juguetes de los que cualquier niño podría nunca comprar y  habría tenido más ropa de la que cualquiera podría notar en toda una vida. Tal vez era momento de regresar el favor a mi padre. 

"¡He aquí, al heredero legítimo de Kubatza!". Finalmente, mi entrada. Los guardias de mis alrededores me escoltaron abriendo las grandes puertas con sus anchas manos. Mi corazón latía más rápidamente que nunca, era un príncipe que jamás había visto a su pueblo, solo a algunos pocos que le servían el desayuno y limpiaban su alcoba, de ahí en fuera todos eran amigos de mi padre, políticos, guerreros, no mi pueblo.
La luz dorada deslumbró mis ojos al salir a campo y escuché la ovación más grande que cualquier guerrero podría oír o que cualquier artista podría vivir, era un dios para ellos y ellos mis admiradores. Finalmente, recuperé mi visión y tras lanzar una sonrisa al viento sentí como mi cuerpo se llenaba de energía, yo era el rey. 

"Damas, y caballeros, jóvenes y mujeres, es un honor para mi, El Rey Galeón, anunciar mi entrega al trono y dársela a mi hijo, Ryumanade Hyaiia. Él ha sido elegido por los dioses y por ustedes para gobernar nuestro amado reino, Kubatza y llevarlo a la gloria tras batallas y sangre derramada de aquellos que osan retar a nuestro ejército. Sea bienvenido, el rey séptimo de nuestra dinastía, El Rey, Ryumanade Hyaiia".

Apenas acabó de hablar mi padre se escuchó una ovación nuevamente, fresca y llena de alabanzas a mi persona. "Ahora, su real consejero, Yajabba Kyuji entregará "La Corona Real de los mil dragones ciegos"  mejor conocida como "Lacoredra" para ofrecerle al nuevo rey un reinado próspero y bello. Miré a Yajabba quién parecía estar en punto del llanto que para mi sorpresa no era de alegría.

"Buen camino, señor mío". Susurró a mi oído el dolido viejo que parecía haber tragado una bocanada de dolor antes de  regalarme tan extraña felicitación por mi reinado. No le di importancia, me mostré agradecido y miré a mi pueblo por primera vez correctamente, sin prisa, y analicé cada rostro antes de volver a sentarme. Algo raro. La mitad de mi pueblo, la cercana a mi parecía tener una dicha inmensurable por mi coronación, sus rostros eran hermosos, como tallados por los ángeles de Kubatza en la mismísima creación de los mundos, sus ropajes eran dorados y delgados como aletas de pez bordadas en oro y plata y con peinados y risas chillonas y coloridas que sobre salían en el plácido horizonte. La otra mitad... la otra mitad de mi pueblo era pobre, gris y negra, con rostros cicatrizados de tristeza y dolor, con caras sucias de trabajar y niños flacos y sin aliento. Nadie parecía contento. 

Así pues, tuve que dar la cara y, como dicta la tradición, dar mi primer decreto. Estaba tan nervioso y tan impactado por todo aquello que al ponerme frente al trono y pararme derecho todo lo que pude dictar fue "Helena".
Los escribanos levantaron sus miradas hacia mi y se quedaron anonadados de mis palabras, al igual que todo mi pueblo y por supuesto, una mirada fría acompañada de la sonora risa de mi padre que me indicaba "me reiré si te matan por esto" la cual siempre salía a flote en los peores momentos. Proseguí.

"Helena, fue la primera mujer en el trono Kubatza, la más fuerte de todos nuestros gobernantes, la más justa y noble. Helena era una mujer que ayudó no solo a Kubatza sino también al resto de las regiones aliadas como Gimiya, Urtrania, Lanidbidia y Ocoon. Helena, fue una mujer. Y si una mujer logra todo aquello un niño también puede. Y si un niño también puede, puede ser rey. Y si puede ser rey, me entrego para proteger a mi pueblo. Mi primer decreto será llamado Helena que significará que no haré solo esta tarea sino con ayuda de todos ustedes como una mujer tiene ayuda de sus hijos o de su esposo". 

La mitad dorada hizo bulla y festejó mientras que la mitad cansada simplemente se quedó mirando. Miré a mi padre quién esperaba con una sonrisa a que dijera algo más y al notar mi silencio se puso de pie y gritó al sonoro. "Mi hijo ha querido decir que la necesidad de una esposa es primordial", lo miré con ira, "así que ahora mismo se aproximarán las jóvenes de Kubatza y con alegría y orgullo se entregarán a mi hijo como muestra de alianza. Era tarde para cualquier cosa excepto para obedecer y en vista de que la alegría del pueblo había regresado y los pobres tenían esperanza en sus rostros esbocé una sonrisa y me dirigí a las muchachas. 
 

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Published on e-Stories.org on 14.12.2013.

 
 

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