Ernesto Mario Rosa

Brillante


 
Siempre
pasa cuando uno se aferra a algo con una pasión rayana en la obsesión.
Normalmente esto denota falencias en alguna o algunas facetas de la
personalidad del sujeto involucrado. Sobre todo cuando la razón de la obsesión
es el trabajo. Este síndrome acompañó por siglos a la humanidad y convirtió a
hombres de gran capacidad de trabajo e intelecto en esclavos voluntarios de una
compañía o empresa. Se manifestaba de distintas maneras pero el síntoma
principal era la vinculación permanente a su labor durante las veinticuatro
horas del día. Hablar del trabajo en su hogar como tema excluyente de
conversación, condicionar la vida cotidiana al trabajo, hacer compras privadas
orientadas al cargo ocupado, preparar a la familia para convivir con modismos y
horarios relacionados con el trabajo... . Soñar inclusive con el trabajo y
discutir el sueño en el desayuno. Estos hombres no tenían vida sino en función
de su trabajo. Todo lo demás era accesorio u ornamental. Pero... ¿que pasaba
cuando este individuo era desvinculado de su cargo sea compulsiva o
amablemente?  . Depresión, si es que no
la había contraído antes. De una forma o de otra su personalidad se veía profundamente
afectada. Su vida se vaciaba de contenido rápidamente y se encontraba solo y
perdido sin la rutina habitual que lo hacía sentirse  algo. De pronto se daba cuenta que se había
apegado tanto a su labor que sin ella no podía vivir. Comenzaba a darse cuenta
de quienes eran los integrantes de su familia y a encontrarles numerosos
defectos que antes habían pasado desapercibidos. Ya no se encuentra entre sus
amigos muchos de los cuales aun conservan su trabajo y que, siendo como él,
conversan animadamente de esto dejando al sujeto en cuestión sin tema de
aporte. Se aburre y camina largamente sin rumbo fijo pensando en la gran
estupidez cometida. Se amarga cavilando acerca de la importancia que el creyó
haber tenido en la empresa y en lo indispensable que pensó que resultaba su
labor. Que idiotez tan grande. Lo desecharon como un cacharro viejo con una
suma de dinero, una pensión y un reloj barato con el logo de la compañía. El
suicidio era una idea que le rondaba permanentemente por la cabeza sin llegar a
asentarse por completo. En algunos casos este acto se manifestaba con un tiro
en la cabeza y en otros sencillamente como una anulación mental. Lo definitivo
era que este tipo de personas rara vez superaba con bien el trance.
Es
que Marcos ya no tenía labores que realizar en la empresa ya que su función
había sido eficientemente absorbida por el sistema automático. Antes, unas diez
mil personas dependían de el para la correcta realización de sus tareas y se
sentía útil y realizado. Tenía a unas cien personas bajo su cargo directo
trabajando dentro de una estructura meticulosamente perfeccionada a través de
las décadas que había pasado en el seno de la empresa y que sobrepasaban las
tres.
Nada
sirvió para nada frente a la necedad de los encumbrados ejecutivos que solo
pensaban en defender la postura de que los miles de millones invertidos en las
máquinas estaban plenamente justificados a la luz de los resultados obtenidos
en este primer test cibernético. Tres por ciento de optimización. Trescientos
mil al mes. La empresa facturaba no menos de diez mil millones al mes.
Solo
quedaba él. Solo en una planta de mil metros cuadrados donde únicamente se
encontraban el polvo acumulado y su mesa vacía de trabajo. Pronto lo echarían
de allí y lo pondrían a vegetar en alguna minúscula oficina en algún sótano
olvidado quizás solo con una silla y una carpeta.
La
consultora legal le había dicho a Marcos que de acuerdo a las leyes laborales
la empresa debía retornarle un cargo análogo al que poseía en menos de seis
meses o despedirlo inmediatamente, de lo contrario se vería inmersa en una
maraña de reclamos que multiplicarían por cinco la suma indemnizatoria. Solo
tenía que esperar. Solo era cuestión de tiempo.
Así
fue que lo rebajaron sucesivamente de categoría recortándole el sueldo hasta lo
que les fue posible y que fue mucho. Marcos tuvo que vender mucho de su
patrimonio para acomodar su vida a su nueva realidad salarial. Pero no le
importó. En tres meses tendría tres veces más.
Mientras
tanto su representación legal mandaba demanda tras demanda a la compañía
facturando por daños y perjuicios sumas abultadas que no hacían más que inflar
considerablemente la suma de dinero que Marcos recibiría al final de este
martirio. Obviamente la empresa estaba incurriendo en un notable error que se
había gestado en un principio pues de haber pagado de entrada ahora estaría
ahorrando dinero. Pero la política de la empresa era de defensa a ultranza de
las decisiones de sus ejecutivos aunque estos estuvieran metiendo la pata hasta
el cuadril. Le habían aconsejado inclusive que no hable con nadie para no
generar argumentos de distracción del trabajo y evitar así que le aplicaran
sanciones disciplinarias. Ese era pues el panorama del hombre que solo y en
silencio esperaba que pasen estos tres largos meses por venir.  En eso pensaba cuando sonó el videófono de su
mesa. Se preguntó que nueva tribulación encerraría esta llamada.
-
Marcos Glen, buenos días. - atendió Marcos.
-
Lamento no poder decir lo mismo Sr. Perses pero solo porque la pantalla de mi
aparato no funciona. –
-
Usted viene a reemplazarme en la nueva plantilla de la sección de acuerdo a lo
que me informaron. –
-
Nada más.- contestó Marcos.- ¿Que más debería yo saber?  . –
-
Venga cuando quiera. - recitó Marcos.
- No
se preocupe. –
-
Bueno... –
-
Por el momento no tengo tareas asignadas. Estoy rebajado de categoría y con
sueldo severamente recortado en espera de mi despido. –
 
- Le
confío que estoy tan indignado como sorprendido, Sr. Marcos, y si usted me dice
cuales son sus expectativas le prometo que haré todo lo que esté a mi alcance
para que su trance se dirima lo mas expeditivamente posible. –
-
Todo lo que deseo es lo que ya le expresé a la plana ejecutiva y que es, ni mas
ni menos, que me despidan a la brevedad aportándome la suma de dinero que mi
representación legal reclama. –
-
Todo lo que deseo es lo que ya le expresé. –
-
Buenos días y gracias. –
Retiró
el pequeño cartucho del cubículo grabador que contenía la conversación
sostenida momentos atrás y se lo metió en el bolsillo. Su abogado le había
recomendado que grabara las conversaciones que mantenía en el seno de la
empresa ya que podían servir para obtener mayores ventajas a su situación.
Cuando llegó a su hogar y tras saludar a su familia y ponerla en antecedentes
se retiró a su estudio para conversar con su abogado y hacerle escuchar la
conversación. El facultativo le manifestó que no encontraba en los dichos nada
que pudiera agravar su situación actual sino, que por el contrario, los dichos
de su interlocutor podían, como empleado de la empresa, facilitar las cosas
enormemente. Le aconsejó que copiara la grabación varias veces y lo felicitó
por la prudencia con que se manejó.
Tras
cartón sonó el videófono (que ya había sido reparado) y en la pantalla se
recortó la cara feliz de su abogado.
Marcos
se quedó boquiabierto. En un principio se suponía que debía entregar a Todd, su
abogado, un veinte por ciento de lo obtenido. Obviamente había conseguido
muchísimo mas.  Una tormenta de
sentimientos la barrió el cerebro.
Alivio:
por el fin de algo que debería haber soportado tres meses más.
Intriga:
¿Quien carajo era Antonio Perses?.
El
sonido anunciaba alguien en la puerta de su desmantelado despacho.
-
Antonio Perses, Sr. Marcos. Traigo la notificación oficial del otorgamiento de
todas sus demandas. Como sé que este es un acontecimiento feliz para usted
quise traérsela personalmente. Aparte me siento muy satisfecho de informarle
sin falsas modestias que tengo gran parte del mérito de que esto haya resultado
bien. –
- En
un instante le abro Sr. Perses y me alegro de tenerlo aquí. –
Lo
que vio lo abatió. Brillante...brillante.
Alto,
con un maletín en la mano, sin rostro, solo brillante.
Cubría
todo el vano de la puerta. Brillante, plateado. Sus ojos, rojos, luminosos,
brillante.
Había
oído hablar de ellos pero nunca los había visto...brillantes...tan brillantes.
No.
No lo estaba.  No lo estaba porque
Antonio Perses no era humano. Antonio Perses era un robot de brillante metal.
                                             
 
 
                                                                    
 
 
 
 
 

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Published on e-Stories.org on 09.03.2012.

 
 

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