Juan Planas

La musa rupestre


 

Tras el fuerte relámpago, se ha desatado un chaparrón. Le comento a Musa que los cazadores deben estar mojándose. Se encoge de hombros mientras alza un poco la antorcha para iluminar mejor el mamut alanceado que estoy pintando.
—Que se mojen... Nosotros, en la caverna, estamos guarecidos.
Le reprocho suavemente:
—Musa... ¿No te da pena que tu marido se moje?
Musa se vuelve a encoger de hombros, sin responder.
Otro relámpago, muy cercano, ilumina a la gente del clan que no ha partido a la cacería —la mayor parte, mujeres y niños— y después de comer buscó refugio en la caverna, ante la tormenta inminente. 
A pocos pasos, Chantap, el chamán, se ha dormido, como era de prever. Repleto de esa bebida fermentada que prepara para ponerse en comunicación con los dioses, según dice, se puso a roncar. Eso es bueno, porque de esa manera ya no me mortificará con sus indicaciones acerca de cómo debo pintar la escena de exitosa cacería. 
Ayer, cuando estaban por partir los cazadores, Chantap me ordenó que borrara una gacela que escapaba ágilmente. Me mortifiqué mucho, porque era un dibujo muy hermoso (me lo había sugerido Musa), pero no tuve más remedio que obedecer; Chantap es la autoridad máxima después de Oturb, el marido de Musa, que es el jefe del clan. 
Con todo, el chamán me es útil; persuadió a Oturb de que debo quedarme en la caverna pintando los buenos resultados de la cacería, mientras él se ocupa de sus ritos. Nuestros esfuerzos mancomunados propician a los dioses para que la caza sea buena; al menos, es lo que asegura el chamán. Personalmente, me parece que son cuentos que inventa Chantap para que lo mantenga el clan mientras él celebra sus inútiles ritos y se llena de bebida embriagante.
Cuando no estoy pintando tengo que buscar los minerales y las plantas para preparar mis colores. Gracias a mi habilidad con la pintura, siempre estoy muy ocupado o hago como que lo estoy, y me salvo de los esfuerzos y los riesgos de la caza... y mientras Oturb y los demás están lejos y a la intemperie, yo me quedo con Musa.
Cuando todos parten, salgo a buscar ingredientes para mis colores; pasado un tiempo, Musa parte a recolectar nueces o fresas, o cualquier otra cosa; y nos encontramos en un sitio que solamente nosotros frecuentamos y allí nos amamos. 
Musa me consuela de la frustración que me causan Oturb y Chantap; ellos exigen que únicamente represente figuras que propicien la fertilidad, o la cacería, o cualquier otro tema útil para la comunidad; eso está muy bien, pero yo pretendo pintar también lo bello, lo gracioso, o lo que no es bello ni gracioso, pero despierta en mí algo que a veces yo mismo no sé explicar. 
Ahora el trueno suena más apagado; dejó de llover y la tormenta se va alejando. Musa me mira con ojos insinuantes. Aunque Chantap está profundamente dormido, me acerco al oído de ella para susurrarle:
—¿Te espero en el promontorio de la cornisa?
Musa asiente. Tomo la bolsa de cuero en la que recolecto mis ingredientes y antes de salir les digo a los pocos que quedan despiertos que voy a buscar hierbas para elaborar más colores. 

* * *


Ya junté las plantas para mis pinturas; por cierto, la tarea me llevó muy poco tiempo, aunque yo hago creer a Chantap y Oturb que la selección de mis ingredientes es un trabajo largo y arduo; de este modo me dejan holgar tranquilo.
Estoy en el lugar donde nos encontramos siempre Musa y yo; es un pequeño promontorio en un paraje que no frecuenta la gente del clan. La roca forma un alero que resguarda del excesivo sol o de la lluvia, y debajo de él hay un pequeño prado en el que crece una hierba suave y verde donde Musa y yo nos amamos. 
Mientras espero a Musa, me pongo a pensar en algo que ella me propuso la última vez que nos citamos en el promontorio: “Observa que debajo del alero hay una pared lisa; cuando vas a buscar ingredientes para tus colores, podrías pintar en esa pared lo que invente tu imaginación, libremente, sin que ningún imbécil te mande dibujar lo que se le ocurre que es apropiado para el clan”. 
La idea me entusiasma; es una pared ancha, el alero protegería mis pinturas de la lluvia y del sol. ¿Qué podría pintar? Me gustaría representarla a ella, pero no con esas espantosas formas obesas que según Chantap suscitan la fecundidad y me obligan a dibujar en la caverna comunal, sino dibujar su cuerpo bello, deseable... 
¿Pintarla de pie? ¿Acostada? No sé... Me enredo en mis ideas.. Tal vez, adornada con un collar de flores coloridas y fragantes... Tal vez, inclinada sobre el pequeño manantial que brota del promontorio, y recogiendo agua con sus manos para ofrecérmela...
¡Ahí viene Musa! Va ascendiendo ágilmente el promontorio, y sus pechos se mecen cuando da un pequeño brinco para salvar una matita espinosa. De lejos me enseña su cesta, para que vea las dulces fresas que recogió y me ofrecerá apenas llegue.
Ahora sólo pienso en tenerla en mis brazos... Pero luego le pediré que me aconseje para pintar en la pared bajo el alero; muchas veces, es ella quien me inspira una idea feliz. 
Y también me inspira deseos, pasiones y amor.

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Published on e-Stories.org on 02.02.2012.

 
 

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