Albert Consarnau

Mis voces...

En ciertas ocasiones oigo voces… como insistentes susurros retóricos… sugerentes.

Tengo una pequeña cabaña de madera en plena selva negra (herencia de mi mujer fallecida en trágico accidente de tráfico).

Han pasado algunos años, (en esa época las voces eran constantes… permanentes…) cuando tomé unos días de descanso y atravesando media Europa me dirigí a la cabaña con la idea de descansar y evadirme de lo cotidiano. Después de 18 horas de interrumpido viaje, estaba cruzando la calle principal que dividía el pueblo de Valthervagen, una pequeña población aislada de no más de 650 habitantes.

Oscurecía, y al amparo de una constante lluvia el asfalto brillaba como un enorme espejo por los reflejos deformes de las farolas dando al conjunto un triste y apagado aire navideño. Apenas recorrí un par de kilómetros cuando tomé el camino de resbaladiza tierra enfangada que arrancaba hacia la derecha, y en menos de 5 minutos divisaba la cúspide de la chimenea de mi cabaña por la que salía una estática y espesa columna de humo.

Renata, la mujer del farmacéutico, tuvo la delicadeza de encender el hogar a sabiendas de que yo llegaba. Rena, como así la llamaban, no era demasiado eficiente en los trabajos de limpieza, pero a mi entender era responsable y confiaba plenamente en que al menos, una vez al mes, limpiaba y ventilaba la cabaña. A su modo, era detallista, pues siempre me dejaba al alcance algo de prensa local, fruta y embutidos de la zona, un pan tierno que se conservaba indefinidamente, y una botella de vino de dudosa calidad.

Detuve el auto, y sin apagar las luces (la cabaña disponía de agua pero carecía de electricidad) abrí la puerta trasera y “Tula”, mi compañera inseparable de viaje mostró su alegría batiendo la cola y realizando un par de rápidas y cortas carreras.

En compañía del húmedo e implacable frío que impregnaba el ambiente tomé el poco equipaje que llevaba y me dirigí hacia la cabaña. La puerta estaba cerrada pero sin echar la llave (olvido o gentileza de Rena) y una vez dentro, recibí como saludo de bienvenida la suave caricia del calor procedente del hogar.

Tula estaba agotada, y en apenas 10 minutos se quedo dormida echa un ovillo junto al fuego. Llené otra copa de vino, del que ya notaba su etílico efecto, y tome varios sorbos.
En los preámbulos del incómodo sueño, recostado en la butaca, en esa semiinconsciencia en la que apenas se distingue lo real de lo imaginario, Marta (mi esposa) me miraba desde la repisa de la chimenea…

Su fotografía revelada en blanco y negro no estaba enmarcada, y mostraba una ligera curvatura con los márgenes verticales hacia el exterior, lo que permitía que se mantuviera de pie por si misma. A marta nunca le gustaron los marcos, los cristales ni los espejos, y en su memoria, ese era mi pequeño homenaje (mantenía su imagen libre de estos objetos). Al menos una vez cada 2 años, reemplazaba su fotografía por una de las muchas copias que tenía en el cajón de la alacena. La sustituya cuando su tierna y amplia sonrisa cambiaba la expresión de su cara a consecuencia de la cada vez más pronunciada curvatura del papel. Aun en tonos grisáceos se adivinaba el color dorado de su pelo y el rosado de sus siempre frías mejillas.

Hoy marta no me hablaba, no me susurraba, solo me miraba…

No domino la lengua germana, pero conozco algunas palabras y por intuición, más que por conocimiento, las relaciono y formo frases con cierto sentido. Estoy en lo cierto al suponer que la lectura superficial del periódico local fue lo que condiciono mi sueño. Un sueño ligero y abstracto, con indicios de ausencia y presencia al mismo tiempo y lugar…

Al parecer, había un hospital a unos 60 Km. al norte de Valthervagen, un centro
donde trataban a enfermos con brotes de esquizofrenia, y otras anomalías de carácter mental. Dos días atrás, un pavoroso incendio había arrasado las instalaciones, provocando el derrumbe del ala este y cuantiosos daños personales. Dieciséis muertos, decenas de heridos y un desaparecido, facilitaban las autoridades como balance provisional.

En el sueño escuchaba y sentía el crepitar de las llamas, y la fuente de calor provocaba un fuerte ardor en mi mejilla, abría los ojos, cambiaba de postura y mostraba mi otra mejilla al calor de la chimenea, y al momento reanudaba mi sueño.

Tula, (suponía que por inquietud, por agitación), me lamia la mano. El caos inundaba toda la escena con ruido de sirenas, gritos de gente corriendo, y lamentos de dolor. Consciente de mi agitación recibía de Tula otra caricia en mi mano.

Observé con aprensión como todo el tejado lateral del edificio se derrumbaba con un estruendo ensordecedor acompañado de miles de chispas y cenizas revoloteando en lo alto del castigado edificio. Un sanitario con la impotencia grabada en su ennegrecido rostro paso llorando junto a mi lado. El reguero de sus lágrimas daba a su semblante una imagen grotesca, como la de un payaso de circo que tras finalizar su actuación empieza a quitarse el maquillaje. Consciente de que aquello no era otra cosa que un sueño inducido, un sueño provocado, contemplaba la escena como si yo mismo fuera transparente, ignorado, anónimo, inadvertido y…  Tula me volvió a lamer la mano…

Me pareció percibir un leve gemido seguido de otra de sus húmedas caricias, y al poco, el frío invadió todo mi cuerpo, todo mi ser. Entreabrí los ojos y vi de nuevo la imagen de Marta, con su sonrisa casi desaparecida y su mirada inexpresiva debido con certeza, a la más acentuada curvatura del papel. Seguramente el contraste del calor con el frío había provocado ese efecto en la lámina.

Hubiese jurado que escuche susurros, voces, sonidos de advertencia… el fuego de la chimenea se había consumido casi por completo, y apenas quedaban pequeños rescoldos de vivos colores anaranjados. Tula no estaba a mi lado y al girar levemente la cabeza percibí que la puerta estaba abierta. Con horror, con verdadero terror descubrí el cuerpo de Tula colgando de una fina cuerda atada a su cuello.

A escasos centímetros de sus inmóviles pies, un charco de color púrpura crecía alimentado por un goteo intermitente de pequeñas gotas escarlatas que recorrían todo el cuerpo desde su desgarrada garganta. La puerta oscilaba levemente movida por una tenue brisa de aire frío, y en el dorso se apercibían unos garabatos que brillaban con intermitencia. Con torpeza, con falta de coordinación, logré levantarme de la butaca, y mis entumecidas piernas se esforzaron por mantener mi cuerpo en equilibrio. Avancé unos pasos hacia la puerta dejando el balanceante cuerpo de Tula a mi derecha y leí los garabatos irregulares y nerviosos de tono oscuro plasmados en la puerta.
“ICH WERDE AUCH LECKEN” con desconcierto releí una ya otra vez la inscripción, al tiempo que un desgarrado grito mezcla de carcajada histérica, mezcla de alarido victorioso resonaba una y mil veces en la profundidad del bosque. Y fue en aquel instante cuando la imagen del payaso se abrió paso en mi memoria, y las palabras encajaron en mi mente, como si de un puzzle a punto de terminar se tratara. “YO TAMBIÉN SE LAMER”

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Published on e-Stories.org on 21.01.2012.

 
 

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