Juan Carlos González Martín

Buscándonos la vida

Hace tiempo que estoy en el paro y mis dos amigos también.
Salimos a la calle y damos vueltas por ahí, para ver si encontramos un sitio del cual
sacar un puto céntimo. La crisis azota a todo el país y gente que había triunfado ahora se
está comiendo cuatro mierdas.
El tío que te encontrabas y te decía que le pagaban mucho, que trabajaba poco y que ya
le habían ascendido, ahora te le encuentras en la oficina del paro o en el bar, muriéndose
de asco.
Recorremos las calles en busca de una señal. De una luz que nos enseñe cual es el
camino de la purificación.
Kilómetros y kilómetros recorremos al cabo del día.
No encontramos trabajo pero al menos acabamos cansados y saboreamos algo parecido
a la felicidad cuando nos tumbamos en la cama.
Javi, Franciso y yo. Los tres mosqueteros.
Trabajábamos juntos en una imprenta y de vez en cuando salíamos a tomar algo en
nuestros ratos libres. Ahora pasamos más tiempo juntos. Para combatir la soledad. Para
no estar solos. Tenemos familia pero no nos comprenden. Nosotros tres estamos en el
mismo barco.
Damos vueltas por las calles.
El otro día nos pasó algo curioso. Pasamos por una tienda de calle la cual se había ido a
la quiebra y el dueño estaba sacando las cosas fuera y empaquetándolas, esperando al
camión de mudanza, supongo.
Javi se acercó al tío y le preguntó si le importaba que nos lleváramos algunas cosas. Le
dijo que estábamos parados y nos vendrían muy bien algunas de sus cosas para luego
venderlas. La verdad. Javi tenía contactos y podía vender cualquier mierda.
El tío accedió de buena gana. Parecía que no sabía qué hacer con las cosas y tampoco
parecía que tuviese un sitio para meterlas.
Cogimos algunas chorradas y nos las llevamos.
Al día siguiente vino Javi con el dinero y nos tomamos algo en un bar cercano. Me
sorprendió lo fácil que se le dio vender esas tonterías.
Estábamos medio borrachos y entramos en una especie de histeria colectiva pensando
en buscar tiendas que se hubiesen ido a la quiebra e ir con una maleta cada uno y
llenarlas de objetos estúpidos que luego podíamos vender. Dedicarnos a eso.
Nos ves a los tres al día siguiente como gilipollas tirando de una maleta cada uno
recorriendo calles.
Parece ser que no es tan fácil encontrar tiendas que se acaben de ir a la bancarrota de las
cuales esté el dueño fuera con un montón de objetos sin saber qué hacer con ellos.
Ya pasaba el mediodía y estábamos un poco hasta los huevos.
Entonces Franciso parece ser que se volvió algo loco y se acercó a un tío que estaba a
punto de entrar en su coche para ir a algún sitio. Se acercó a él y le dio un puñetazo en
la cabeza y calló redondo al suelo. Una vez allí, le pateó el cráneo. El tío se quedó
atontado.
- ¡Venga, rápido, entrad en el coche! – dijo Francisco algo nervioso.
- Tengo un plan – aseguró. Nada más lejos de la realidad.
Como parecía que lo tenía todo controlado Javi y yo entramos en el coche con las
maletas a trompicones.
Salimos de ruedas de allí. Enseguida nos percatamos de que nos seguía una moto muy
de cerca.
- ¡Hijos de puta! ¡Cabrones! – gritaban los moteros.
Uno de ellos era el tío al que Francisco le había dado de hostias y que era el supuesto
dueño del coche. El tío se había repuesto rápido.
Después de un rato de persecución tipo 007 conseguimos darle esquinazo y Fran
condujo durante una media hora.
Llegamos a un descampado y dejamos el coche allí. La policía seguramente ya nos
estaría buscando.
Salimos del descampado y llamamos a un taxi. Cada uno con nuestras maletas vacías.
Como si tuviésemos que coger un vuelo o algo así.
Legó el taxi y nos montamos en él. Fran se sentó en el asiento del copiloto y Javi y yo
detrás. Una de las maletas iba detrás con nosotros y las otras dos en el maletero.
Le dimos al taxista las señas de nuestro barrio y nos relajamos, esperando que la locura
de Fran no llegara a mayores.
Por el transmisor del taxista una voz con tono de urgencia comunicó un mensaje a todo
el gremio de taxistas de la ciudad.
- Atención, esto es un mensaje para todos los taxis de la zona de Madrid centro.
Tres gilipollas con maletas han agredido al hijo de Luis y le han quitado el
coche. Es posible que aún no hayan salido de la ciudad. Por favor, si alguien les
localiza que lo comunique a la central. –
Javi y yo nos miramos el uno al otro de reojo. Fran miró de reojo al conductor y luego a
nosotros dos. No sé quién coño sería ese Luis pero parecía que le conocían todos los
taxistas de Madrid.
El taxista, con el cigarro en la boca ni se inmutó el tío. Parecía que no se hubiera dado
cuenta de la noticia. Supongo que dirían muchas cosas a lo largo del día por esa radio y
no creo que prestara atención a todas.
Pero la cosa se puso fea cuando doblamos una esquina y desembocamos en una calle
cortada en la que había como veinte taxis, veintidós tíos con palos en las manos y una
moto.

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Published on e-Stories.org on 01.10.2011.

 
 

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