Susurran los cementos desvaídos.
Sus cuerpos son cosquilleados.
Las luces macilentas, mortecinas y embriagadas
que las farolas dejan caer vagamente
sobre las pisadas destrozadas de amargura
y apresuradas de desengaños
y whisky viejo
ascienden entre el humo de la vida
y el frío de la conciencia
para dar hálito al monumento supremo
de la invasión humana:
el ego.
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Published on e-Stories.org on 16.11.2008.
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