Maria Teresa Aláez García

VIAJES III

 

III.

En los viajes en autobús siempre me mareo.  Lo paso fatal. En el coche me mareo, en el autobús me mareo, en el barco me mareo también pero en el tren no.  No hay viaje en coche o en autobús que no haya sido empañado por la delicia de una vomitona. La “Biodramina” ha sido mi amiga y aliada durante largos años y luego ha sido sustituida por los chicles de menta que más o menos tienen el mismo efecto. Mi hijo ha heredado esta tendencia al mareo que no sé si ha salido de lo desagradable del olor a gasolina, del ambiente super cerrado del recinto o vehículo donde vamos, de haber comido antes, durante o después, de los nervios,  a saber de qué.  Lo he intentado evitar con “Agua del Carmen” que sabía a rayos, casi era mejor no marearse por el mal sabor del agua, que luego me bebía con fruición, con limón, descalzándome, yendo en ayunas, comiendo durante el viaje, cantando. Lo mejor es ir durmiendo.  Es la única manera de no vomitar. Y como el coche o el autobús se muevan mucho entonces es el acabóse. 

No puedo tomar tampoco café. Ni con cafeína ni descafeinado.  Es peor aún. Se me clava en el estómago, me da puñaladas rociadas de jugo gástrico y me pincha a la vez que me corroe. Todas las fuerzas y calor del cuerpo bajan hacia el estómago y me quedo fría, como una estatua. Entonces, como si lo único que se hubiera hecho es comprimir el estómago para luego vapulearlo con el vaivén del coche, de repente siento taponado el píloro y empieza a regurgitarme la comida. Noto el sabor del café aliñado con bilis y una acidez en la lengua que se me hace insoportable. El olor contribuye a provocar el vómito. Es un olor incluso a acidez y le pondría hasta un color: blanco o vacío, como papilla pasada. O  me recuerda a eso, a papilla pasada, un recuerdo subconsciente, por tal razón le puedo poner color a ese olor sin necesidad de asociarlo directamente.  En ocasiones cuando leo sobre sinestesia – aunque ahora he visto que quizás no – me ha parecido que son recuerdos, asociaciones de hechos aprendidos en nuestra primera etapa de vida. No sabemos todavía de qué modo los estímulos pueden mover nuestro cerebro cuando somos recién nacidos. Después aprendemos de la gente que tenemos alrededor para ser aceptados socialmente.  (Lástima, todo lo que perdemos por esta causa).

En cierto viaje a Málaga en autobús, larguísimo. Casi fui durmiendo y mejor me hubiera venido dormir hasta el final del viaje. Con mi hijo procuro hacer esto durante los viajes: como no se duerme a causa de los nervios, estoy con él hasta que llega el momento de salir de viaje y a lo sumo se duerme una hora o dos. Mientras tanto va tomando líquidos y luego lo hago ir al aseo hasta el momento de iniciar el viaje.  Le doy su biodramina por si acaso y al final acaba durmiéndose y el viaje se le hace corto.  Más o menos algo similar hacía yo. E intento hacerlo cuando voy en tren o en coche. Y por tal razón respeto enormemente a las personas que se duermen en los medios de locomoción aunque dicen que es de mala educación. Pero yo prefiero casi escuchar a alguien roncar antes que sentir el olor del vómito y ver cómo la persona siente vergüenza y añade esto a estar enferma y realizar el viaje mal por que no puede impedir ese mareo.

En ese largo viaje tuve una persona que no intentaba más que tener conversación. Con harto dolor de mi corazón, intentaba no dársela o le hacía hablar y sólo escuchaba pero por desgracia, no miraba a su rostro sino hacia delante o hacia la ventanilla para hacer más llevadero el viaje. Siempre disculpándome y advirtiendo de la circunstancia del mareo en coche. La persona hacía oídos sordos a mis avisos y me requería para que le mirara a la cara. Menos mal que me había llevado varias bolsas de plástico y terminó por surgir lo inevitable. El primer vómito y los subsiguientes tuvieron distintos colores. Tanto fue que el conductor detuvo el autobús y me dejó parar para tomar aire. Varias personas entonces me acompañaron pero no en las circunstancias penosas de mi mareo sino para vomitar también. Al final el autobús se aireó – en mi lugar como iba prevenida no había mal olor, me había llevado hasta una toalla para no manchar, etc… Naturalmente al subir,  me cambié de lugar para no pedir a mi acompañante que me dejara sola. Me fui a un asiento en medio del autobús porque detrás hubiera sido peor y delante molestaba. Y ya el resto del viaje y los cinco posteriores no tuvieron ningún incidente. Pude disfrutar de los distintos paisajes, de escuchar de lejos a la gente hablar y de la música ambiente. Por tal razón, en muchas ocasiones no es prudente molestar a la persona que desea sentarse sola. Por que igual está intentando, con su silencio, evitarle algún accidente desastroso. Y los accidentes no son únicamente de tipo mecánico.

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Published on e-Stories.org on 03.11.2008.

 
 

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