Maria Teresa Aláez García

Blues en rosa y verde. 1

No amanece a las cuatro de la mañana.

Excepto en los polos y sólo cuando toca.

Creo que en Irlanda sí amanece sobre esa hora. No lo sé. Alguien me lo comentó hace muchos años, en cierta ocasión.

La languidez se derrama sobre el sofá y la negligencia se bebe una cerveza.

El sol sigue vivo para mí encerrado entre ladrillos. Un sol de cobre y estaño que ilumina desde lo alto, en postura preferente. Además tiene larga duración. De cuando en cuando, de repente sube su temperatura y tiende al estallido. Pero no llueven cristales. Al menos afuera.

Dentro sí.

Había cajas de vidrio, expectativas de cristal e ilusiones de algodón para princesas rosas y príncipes verdes. De esos que no existen pero que son vendidos a través de espejos corruptos, de visiones a distancia acristaladas, protegidos por grandes láminas trasparentes de los deseos envilecidos de quien se limita a mirar.

Esas cajas van haciéndose más grandes, más amplias. Son nubes transparentes, son gases que impulsan a la vida y se convierten en ilusiones. Son estrellas que huyen de un laberinto pectoral donde el corazón es el centro galáctico y  la vez el agujero negro por donde huirán cuando los cristales dejen paso a la angustia. Son cajas de cristal compuestas de partes similares a las de un tangram que cuando cambian las motivaciones o los momentos o las causas y las consecuencias  y formamos unas figuras, bloquean sentidos distintos. Son un laberinto cambiante: según la losa que se pulsa o se pisa, así las paredes se mueven o cambian los caminos. Similar al enorme cubo de la película de nombre similar “Cube”. Otro intento de explicar la vida.

Pero en este momento es totalmente artificial. La noche está vacía interiormente aunque en el exterior el calor intente ser el rey. El calor, el fuego sin fuente, al menos visible. Un fuego que sólo deviene por la proximidad del planeta y el astro rey.  Los ruidos que no se sienten – pasos, puertas que se cierran, colchones y somieres que crujen, algún edificio que acaba de ponerse en su lugar, un grifo goteando, el aire que ha movido las hojas de alguna planta, una moto de alguien que quiere llamar la atención, la prisa para llegar a tiempo al trabajo o la desidia de quien no quiere dejar la fiesta y volver a casa, el alcohol que camina dando tumbos y buscando los portales, la cocaína que se oculta entre los rincones junto al resto de los estupefacientes, buscando jeringas o formando grupos compactos para sentirse comprendida o apoyada  y oculta sus angustias del mundo, viviendo en una falsedad continua para mal del cerebro y bien de la ansiedad – los olores que se entretienen con las brisas, la lluvia que no se puede ver y las alegrías que no se pueden degustar.

Había comprado papel de colores. Preparaba algo, una especie de diario, una historia, un compendio. Lo releí y entendí que no tenía razón de ser. Ni siquiera comprendí el uso de los papeles de colores. En la noche de San Juan tiré al fuego todo lo recopilado pero me guardé el papel de color. Pensé en que era papel nocturno a pesar de sus colores.

Y decidí darle el uso que se le da a la noche, al marrón, a lo oscuro, al “blues”. Por que la tristeza, por qué no, también puede ser rosa y verde. O es que los príncipes y las princesas no lloran en alguna ocasión.

Claro que sí. Aunque sus ojos desprendan diamantes.

Porque siempre son bellos. O los hacen bellos.

Silencio.

 

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Published on e-Stories.org on 07.07.2008.

 
 

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