Gustavo Fernandez
Las Judias y los colores
Claudio se levantó por la mañana a la misma hora de siempre, desayunó
un café solo con tostadas y mantequilla -como hizo ayer- y se duchó
cumpliendo el horario estipulado en su rutina diaria.
Esa mañana
cumplió casi todos los horarios a rajatabla, lástima que el Metro llegó
tarde y por cinco miserables minutos entró agobiado al trabajo.
El
trabajo de Claudio es monótono y rutinario. Las planillas, las facturas
y las nóminas forman parte de su maravilloso mundo laboral y él siempre
cumple con sus tareas sin quejas. Pero no solo por obligación sino
porque le gusta su trabajo.
Después de desayunar por segunda vez en
la máquina de café se dirigió al servicio a aliviarse, siempre se mete
en el último cubículo, el más alejado y el más amplio. Pareciera que en
épocas antiguas justamente en ese baño había quizá una ducha, por eso
su amplitud, ya que ahora solo hay un inodoro acompañado de unos
azulejos estándar de color blanco muy en boja en los hospitales y en
los manicomios, justo enfrente del retrete hay una puerta blanca, hoy
tiene una llave roja en la cerradura. Claudio elige este baño por estar
un poco apartado de los otros y ahí se siente más cómodo y relajado.
Desde el primer día que descubrió la puerta del cubículo, le llamó la atención pero nunca se animó a abrirla, ¿para qué? Pensaba, si
seguro que es un armario con los enseres comunes a casi todos los
baños: papel higiénico, papel para secarse las manos, jabón y quizá
también algún que otro producto de limpieza, pero eso es lo que imaginaba ya que nunca lo había comprobado.
Cuando
terminó de utilizar el inodoro, levantó la vista y al ver la llave roja
en la puerta pensó que de una vez por todas la abriría para corroborar
que era un armario y terminar con el pequeño misterio, tiró de la
cadena, se levantó los pantalones, se los abrochó con una mano y con la
otra comenzó a girar la llave que tanto resaltaba en la puerta blanca,
cuando ya estaba liberada la cerradura, cogió el pomo y mientras abría,
iba asomando la cabeza. Bastante sorpresa le causo no descubrir un
armario sino un pequeño pasillo de unos 3 metros de largo con otra
puerta, esta vez roja con llave blanca. Cuando iba avanzando por el
pequeño corredor, ya estaba arrepintiéndose y pensó que era mejor dar
la vuelta y volver a su oficina. Pero la curiosidad se le despertó de
repente, a él, tan poco amigo de las aventuras y los descubrimientos,
sonrió al pensar esa tontería y abrió la segunda puerta, cuando vio lo
que había ya era tarde para volver atrás, lo único que quedaba era
saludar a esas personas, decir que se había perdido y volver por fin a
su trabajo.
La nueva oficina tenía abundante luz y paredes de
colores donde colgaban posters de grupos de música, todo parecía estar
decorado como una habitación de adolescentes. Por lo demás la
disposición era parecida a su oficina gris del otro lado, escritorios,
papeleras, ordenadores, todo se disponía de manera similar pero flotaba
en el aire una extraña sensación de felicidad, eso pensó él, pero después se rectificó mentalmente, no era felicidad era como alegría. Sí, es demasiado alegre, pensó.
Ya
sin poder huir como hubiese preferido, al encontrarse con las miradas y
sonrisas de la gente que allí trabajaban (contó mentalmente 15), los
saludó cortésmente, se disculpó y al querer salir se dio cuenta que la
puerta por donde había entrado no tenía asa, le pareció bastante
coherente: no era lo mismo encontrarse con una oficina al final de un
pequeño corredor que a una persona sentada en un inodoro, de frente,
con los pantalones bajados.
-¿Quiere quedarse?, escuchó de repente
-¿Cómo?, preguntó
-¿Si quiere quedarse aquí?, repitió la voz femenina que parecía salir de un monitor.
-Perdón, no entiendo la pregunta, lo siento pero tengo que volver a mi oficina ¿Cuál es la puerta de salida?.
En
el despacho de colores habían cuatro puertas, una era por la que había
entrado (sin asa), una puerta azul en la pared perpendicular a la
primera, una tercera enfrente también sin pomo y una cuarta que parecía
ser un armario –pero ya nunca daré nada por seguro, pensó- que estaba
detrás de la dueña de la voz que ya sí se puso de pie y Claudio la pudo
apreciar. Alrededor de 40 años, ropa informal y un color de pelo más
cerca del lila que del violeta
-Puede salir por ahí, por la puerta azul pero ¿no quiere trabajar con nosotros?
Ya
la sorpresa se transformó en inquietud y estaba a mitad de camino entre
el miedo y la incredulidad, él que odiaba las sorpresas –darlas y
recibirlas-, él que se agobiaba cuando cambiaban algún producto de
lugar en el supermercado, él que había conservado la soltería a sus 50
años, no porque no haya tenido ninguna relación sino mas bien el
coqueteo con la responsabilidad y la familia le producían nauseas.
-Discúlpeme señora, usted es?
- La jefa, respondió la jefa.
-Ah,
encantado… pero tengo la obligación de volver a mi sitio de trabajo,
mis compañeros y principalmente mi jefe se estará preguntando que estoy
haciendo en el baño. Aunque lo había dicho solo para librarse de la
conversación, le produjo angustia reflexionar sobre lo que sus
compañeros pensaran de él y su tardanza, pero se le ocurrió inventarse
una descompostura producida por las judías que había comido anoche.
-Si usted quiere puede quedarse a trabajar con nosotros y yo hablo con su jefe.
-Discúlpeme señora...
-Elisa, lo interrumpió.
-Vale... Elisa, ¿quienes son ustedes?
Otra
voz esta vez masculina que venía de un lateral quiso contestar, su
dueño se levantó –un joven de aproximadamente 25 años con cara angulosa
y ojos despiertos- le explicó: -Pertenecemos a la misma empresa que
usted pero del otro lado.
– Del otro lado? Qué lado?
- El lado de
los colores, el lado creativo, el lado especial, llámelo usted como
quiera. Nosotros llegamos a este sitio por la misma puerta que usted,
obviamente yo entré por la del baño de damas (ahí entendió Claudio a
donde llevaba la puerta que tenía enfrente). Todos fuimos llegando y
luego nos comunicaron que podíamos quedarnos aquí con mejor sueldo,
horarios, en definitiva mejores condiciones, nadie que haya atravesado
la puerta, volvió a la zona gris.
Claudio le pareció reconocer a
alguno de los que estaban en la oficina recién descubierta, en su
tiempo quizá había pensado que se habían ido de la empresa y ahora
estaban detrás de una puerta que daba a su baño.
- Pero… no entiendo…por qué la empresa está dividida…en colores?
-
Realmente nosotros trabajamos paralelamente a ustedes, cada
departamento tiene su copia aquí y hacemos el mismo trabajo pero mejor.
- ¿Mejor? Preguntó algo molesto Claudio
-
Sí, mejor. Realmente la zona de colores es tan rentable que podríamos
prescindir del lado antiguo y no pasaría nada. Pero la empresa y sus
jefes supremos –no los intermedios- los jefes jefes –remarcó la señora-
quieren comprobar cual de los lados es el mejor y el más rentable,
entre los jefes hay algunos grises y otros llamados de colores, cada
uno defiende su zona y mientras la empresa siga dando dinero
funcionamos paralelamente. Claudio ya había confirmado que la puerta
que estaba detrás de la jefa no era un armario, por allí se
encontrarían con los otros departamentos.
-Mire – continuó la señora
- yo soy una jefa jefa, del lado de colores. Quédese a trabajar con
nosotros, haga aquí lo mismo que allá pero distinto. Siempre
necesitamos gente nueva, cada vez tenemos más trabajo. No pierda esta
oportunidad, aquí es diferente y no se va a arrepentir.
“Diferente o
distinto”, eran palabras que no le gustaba, ¿qué significaba ser
diferente o trabajar diferente?, ¿distinto?, él quería seguir haciendo
lo mismo de siempre, él era un hombre común y lo veía como algo bueno.
Él no quería que su vida cambie, siendo así se sentía bien.
-Tendré
que pensarlo, ahora tengo que regresar, dijo para librarse de su
aturdimiento ¿La salida? ¿la puerta azul, no?. Preguntó retóricamente.
- Si pasa esa puerta estará automáticamente despedido –dijo con firmeza pero sin enojo la jefa suprema de los colores.
- Pues, no me gusta que me agobien y tampoco quiero cambiar de trabajo, lo siento pero me voy…
Se
dirigió a la puerta pensando que quizá esa mujer mentía o que todo
había sido una broma de pésimo gusto, abrió finalmente la puerta y la
cruzó no sin dar una última mirada al lado de colores, todos lo miraban
con algo de asombro, del otro lado se encontró con otro pequeño
corredor, que terminaba en otra puerta, al atravesarla entró a una
habitación cuadrada con solo un escritorio como mobiliario y un sobre
encima de él. “La liquidación” pensó.
El sobre contenía una nota que decía:
Usted
ha sido despedido de la última oportunidad que tuvo de cambiar de
trabajo, de elegir un sitio mejor y de progresar. Lo sentimos mucho
pero usted pertenecerá en el lado gris hasta que se jubile o nos
abandone. La llave roja era la clave. Si comenta algo de lo ocurrido
con alguien, automáticamente será despedido de forma real y acusado de
traición a la empresa.
Claudio respiró aliviado y se
sintió muy bien, como distinto, él no veía una pérdida de oportunidad,
él había tomado una decisión, se había enfrentado a un cambio aún más
abrupto que la oficina de colores, él se había enfrentado con su
despido y sentía que había ganado, seguiría haciendo el trabajo de
siempre, en la misma oficina, con la misma gente pero experimentaba un
cambio interior.
“La empresa
funciona por nuestro lado, seguro, los jefes quieren gente como yo,
consecuente con su trabajo y no como los “loquitos” de al lado, esos sí
que son un experimento”, pensó
Entonces Claudio, ya relajado,
sonrió y caminando rápido se fue hacia su oficina de siempre pensando
en el trabajo atrasado y en que las judías eran una excelente excusa de
su tardanza.
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Published on e-Stories.org on 16.04.2008.