Gonzalo Gala Guzmán

La plaga. Capítulo III.

 
 
     
        Ding-dong, ding-dong. "Los condenados", pensó, "las almas olvidadas del infierno". Con el tañido de una pequeña campana que agitaban sus frías manos, una sombra avanzó por la nieve, llevando una cruz en torno al cuello. 
 
         Vestido de harapos, sus ojos negros y su robusto cuerpo le conferían a Pietrus un aspecto místico y vigoroso. Las vecinas se deshicieron en leyendas de santidad que viajó por la comarca, antes incluso de que las nieves se hicieran presentes en el pueblo, y muchas de ellas le cargaban de viandas para su sustento. Pronto se ganó la amistad del pueblo como la hostilidad de las familias más poderosas, sobre todo desde que el burgomaestre, el viejo barón Hoyer, dictase leyes sobre derechos de pernada y de casamiento con cualquier doncella del pueblo, aunque todos en Cadalso sabían perfectamente que lo hacía pensando en la joven Elisa, su hija. Fue una tragedia, y muchos hoy seguían creyendo que esto  supuso el origen de la plaga que empezaron a sufrir.
 
        Durante la recepción pública de su boda con Elisa, Pietrus lanzó una rosa blanca a la mesa, frente al novio, y rodeado de la muchedumbre, gritó: "¡Por convertir mi vida en una abominación, yo os maldigo! ¡Os maldigo!", tras lo cual, salió corriendo, perdiéndose en la noche. Un tiempo después, Elisa desapareció sin dejar rastro, aunque decían que en las crudas noches, bañadas por la plateada luna y el lamento de un búho retozón, podía verse el donaire de una joven, un hada fantasmal, perdida en compañía de unos lobos. Las nieves cubrieron de su manto invernal las callejas del pueblo y el día dejó paso a la noche. Pocos eran los varones adultos que quedaban en Cadalso: sólo mujeres y viejos lo poblaban. Los hombres andaban por nuevos mundos a la caza de cuanto afanasen y aunque muchos volvían lo hacían tullidos, por lo que los estragos del hambre supuso una voz difícil de callar. El pan se amasaba con largos sudores. Las mujeres labraban las escasas tierras y el premio solía ser manos encallecidas y pies terroso y agrietados. La vida, sin embargo, se endureció incluso más con el azote de una pestilencia que cubrió los campos de osarios, mientras que la falta de hombres dio la ocasión a las grandes  

 

 
            La tragedia de Elisa había convertido a Pietrus en un hombre enloquecido, en un viejo ermitaño trotamundos y morador en los aledaños, dispuesto hacer realidad su venganza algún día y devolver a la comarca de Cadalso la luz que la noche había embriagado con su oscuridad.

                                                    * * *

             La ligera nevada cubría las pisadas, alumbrando las callejuelas con la ligera lumbre de una antorcha, mientras estrujaba el entrecejo con una expresión serio. Estuvo decidió a renunciar esa noche y a punto de volver sus pasos atrás, camino de la posada, a Fray Luis le detuvo una sombra huidiza con un sordo gemido: "¡Cuidad amigo!". Con harapos y con la cara blanca y prieta por el frío, Pietrus le agarró del brazo, y en acto de extremo esfuerzo, le alargó algo, cayendo a la nieve un camafeo con un trébol tallado y un saquito de terciopelo. "Os servirá de ayuda, yo... yo he fracasado". El viejo se apoyaba en un cayado y así se dio media vuelta, alejándose.

            - ¿A qué se refiere? ¿Para qué me dio esto?

            Fray Luis de Cormigac le llamó a voces y él, al fin se detuvo. Desde debajo de la capucha, a su mirada profunda le sobrevino un extraño gesto cuando sus labios terminaron por abrirse y en su rostro gélido y barbado, de sus dos comisuras enrojecidas del frío se suspendió una palabra: "¡Seguidme!". Con pesados pasos sobre la nieve, el viejo ermitaño dejó atrás las casas aledañas del pueblo y buscó un pequeño sendero, abrazado por los árboles, que se internaba en el bosque. Sobre una pequeña elevación, rodeada de arbolado, surgía una gran oquedad natural que dio lugar a un diminuto templete. Con choperas al pie de la áspera y fría loma, mientras que al abrigo de los vientos helados se alzaba aquella estructura de piedra que nació al amparo del peñasco que le dio el nombre. Una roca, que guardada por extrañas figuras pétreas, decía adiós al pueblo de Cadalso para abrirse a un desfiladero, bañado por el tenue brillo de la luna llena. De pronto, sintió un aleteo y un grupo de pequeñas avecillas que volaban a su alrededor, tanto que agitó la antorcha para espantarlas. Y ante la mirada atenta de una figura, esculpida en un extremo de la roca, Pietrus le dirigió a la entrada. La puerta original del templo se hallaba en el lateral norte, pero había sido tapiada. Una pequeña abertura abría paso al interior de ese roquedo, y ayudándose de la lumbre pasó una tela raída por determinados puntos de la roca. Al instante, apareció una escena de caza, la cabeza de un ciervo, un hombre con el arco tenso y un hechicero.

            - Durarán más que nosotros. - Comentó el viejo, con un loable sentido de la inmediatez. - Devuélvame la reliquia.

            Era poco llamativa, un camafeo con un trébol decorando el pequeño recipiente, suspendido de una fina cadena, pero su contenido -aparte de una pequeña gota de cristal, que guardaba su interior- era el significado que le daba aquel hombre. El saquito de terciopelo, no contenía gran cosa, una gema que también era falsa.

            - Este es el origen de su poder, de aquí emana su fuerza. Con esto lo destruirá, ¡debe hacerlo y pronto!. 

           - ¿A quién? ¿A qué?. 
           - La oscuridad, la noche... en la capilla. ¡La vieja capilla!

            Dedicó unos instantes a las indicaciones, con un gran esfuerzo por mantenerse consciente, hasta que le sumió un extraño nerviosismo y se agitó. "¡No, aún no! ¡Todavía no he dicho lo que debéis hacer!". Un último temblor sacudió su cuerpo, pero antes de caer al suelo, todavía le quedó fuerzas para musitar, en voz baja e inteligible, algo refiriéndose a una gárgola. Entonces, murió. Fray Luis de Cormigac pasó la mano por su cara, para cerrar los párpados de sus vidriosos ojos y entonó una pequeña oración, para luego resguardar su cuerpo en aquel templete que sería su tumba.

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Published on e-Stories.org on 09.03.2008.

 
 

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