Jona Umaes

Papá Noel

          Me tomé unos días libres antes de las fiestas. Me encontraba en la catedral de Baeza. El tiempo no acompañaba. Nublado y con frío, el viento acrecentaba la gelidez que se colaba por cualquier resquicio de la ropa. Pocos turistas en las calles me encontré. Tan solo algún grupo con guía y un par de parejas con las que me topé en varias ocasiones. El casco histórico de esa ciudad es reducido, pero no por ello menos encantador.

          En la entrada del templo me dijeron que se podía subir a la torre. Que tenía muy buenas vistas. Cuando acabé de visitar el museo me dirigí a la escalinata de acceso a la torre y comencé el ascenso. Al terminar el tramo inicial de escalones corrientes, este dio paso a una escalera de caracol también de piedra. A intervalos, me encontraba una puerta que invitaba a descansar y permitía ver el pueblo desde las alturas, cada vez más y más abajo. No fui consciente del frío hasta que no llegué al descanso del campanario. Allí el viento era muy fuerte. Las manos me hormigueaban del frío. Se me estaban quedando la punta de los dedos helados. Imaginé el ruido ensordecedor del tañir de aquellos enormes bloques de bronce balanceándose. Las vistas desde allí, de la sierra y los campos de olivos ensombrecidos por las nubes plomizas que en algunas zonas eran rotas por cortinas de agua, nada tenía que ver con lo que esperaba de un día soleado. Solo me quedaba un tramo de escalera por subir. En lo alto de la torre, varios ventanales circulares hacían correr el aire furibundo. Alguien había dejado un pequeño muñeco de Papá Noel atado a las rejas de uno de aquellos enormes ojos. El viento lo zarandeaba sin parar.

          Las navidades me producen melancolía. Las luces, la gente por la calle, las comidas con la familia, esa es la parte feliz, pero el resto del tiempo, hacen emerger las ausencias, problemas por solucionar, por no decir el trastorno de buscar regalos y más regalos. Muchos, de compromiso, que quedarán arrumbados en un rincón porque no son necesarios. Me hacía gracia aquello del "Espíritu de la Navidad". No tenía ni idea a qué se refería: perdonar, olvidar, hacer las paces, reencuentros... Me resultaba curioso que eso solo ocurriera una vez al año. Era como si únicamente la Navidad fuera un período de luz y esperanza y el resto del año, en contraposición, lúgubre y problemático. Cogí el muñeco de Papá Noel y lo liberé de su tortura. Pensé que nadie lo iba a reclamar. Me lo metí en el bolsillo y descendí girando, una y otra vez, por aquella escalera que me pareció eterna.

          Cuando llegué al hotel estaba agotado. Coloqué al muñeco colgado de la esquina del espejo. Aquella noche tuve un sueño muy real y ajeno a mí. Me vi en un hospital. Un hombre mayor yacía en una cama respirando con dificultad. Su familia le acompañaba en la habitación. También sus nietos. Una niña tenía un pequeño muñeco de Papá Noel en las manos. A esa edad los peques siguen creyendo en la magia. No me resultó difícil imaginar lo que esperaba de su juguete. Era idéntico al que había cogido de la ventana de la torre. De repente, vi cómo el alma del moribundo abandonaba el cuerpo y este quedaba pétreo con la boca anormalmente abierta.

          Me desperté angustiado de la impresión. El Papá Noel que había dejado en el espejo estaba ahora sobre mi cama y había cobrado vida.

 

—¿Y bien? Ya conoces mi historia —dijo.

—Estoy soñando, pero me parece estar despierto.

—Es posible que en un punto intermedio. ¿Qué opinas de lo que has visto?

—Es triste. A veces pienso que no deberíamos ilusionar a los niños con cosas que no existen. Luego esperan que sucedan milagros en momentos duros. Es una pena.

—Tienes razón. No hago milagros, pero puedo hacer que ocurran cosas. Solo soy un instrumento para producir cambios.

—¿Como qué?

—¡Mírate! ¿Crees que eres el único que tiene problemas? ¿Que los de los demás no son nada en comparación? ¿Crees que esa niña olvidará alguna vez que le fallé por no salvar a su abuelo?

—El tiempo lo cura todo. Cuando madure se dará cuenta que solo eras un muñeco sin poderes.

—¡Mucho cuidado con lo que dices! ¿O acaso piensas que ha sido simple casualidad el que me encontraras?

—Claro que sí. No soy como esa niña. No espero nada de ti.

—Ni debes. Mi poder no radica en lo que yo haga, sino en lo que tú cambies desde esta noche.

—¿Y por qué habría de cambiar algo?

—¿Quizás porque tienes un hijo que te necesita y al que no ves lo que debieras?

—Es complicado. No urges en mi herida, vas a salir mal parado.

—No me das miedo. Recuerda que esto puede que sea solo un sueño. Si quieres cambiar las cosas deberías no hacer siempre lo mismo.

—Te expresas regular, pero entiendo lo que quieres decir. "Si buscas resultados distintos..."

—Bien, cuando te despiertes mañana, sabrás qué hacer con tu problema. Tu cabeza trabaja por ti mientras duermes.

—¿En serio? ¿Y me lo dice un muñeco que me habla en sueños?

—Sí, un muñeco que espera que otra alma perdida lo rescate del frío viento de la torre.

 

          Cuando desperté, el sol entraba por la ventana. Papá Noel seguía colgado del espejo. Hacía tiempo que no sentía esa paz que a veces nos visita, la que te hace fijarte solo en el presente y saborear cada momento.

          Antes de abandonar la ciudad, subí a la torre y dejé al muñeco donde lo encontré. Era un día espléndido. No corría aire. Se fueron los nubarrones. Me despedí de Papá Noel con un simple "Gracias". Todo aquello me pareció absurdo, pero quizás tuviera algo de realidad.

 

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Published on e-Stories.org on 14.12.2021.

 
 

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