Gabriel Ignacio Prach Prach

La esquina

La viste pasar como una brisa ligera recorriendo los murmullos de la calle. Te miro desde su altura orgullosa y te deleitaste con sus cielos brillantes.

La esquina a las nueve de la noche destila frío por doquier. Los semáforos y su compás de luces húmedas por el rocío, atisba con sus tres ojos abiertos el espectáculo de su cuerpo y sus labios esperando el bus a escasos tres metros de tus brazos.

No preguntaste por miedo, desconfiada tu mirada iba de la calle a los edificios y sus tiendas, al local de la esquina donde una pareja charlaba animadamente, pasaba sobre mi indiferente y de nuevo a la calle, y el bus no pasaba. Te supe extraviada, anhelante de un refugio, de una palabra amiga que te salude cuando llegues a tu casa. Perdida igual que yo en esta ciudad extraña, con sus edificios grises e inmensos. Las calles de Santiago esperan un invierno crudo que esta por llegar. El vapor de las tuberías que nacen de las calles, asciende como un halo misterioso. El ruido de un tren subterráneo remece la acera y los mendigos de siempre, al igual que en mi provincia distante, transitan cabizbajos, como espectros olvidados del éxito económico.

Hubieras querido irte hoy mismo de este lugar, pero por culpa de unos negocios que tenias que cerrar, debías esperar hasta tres días mas y ahora que te dirigías al hotel, te encontrabas con ella, que por esas razones inexplicables, también estaba de paso, aunque mucho mas extraviada de lo que pensabas. La verdad que hasta un poco trastornada, miraste sus ojos brillantes, demasiado brillantes, tristes, y supiste que estaba sola, que deseaba escapar de esa soledad angustiante que hacia presa de su corazón, Supiste que no tenía a nadie, que las noches sin compañía en santiago son una tortura continua, una melancolía abismante que nace de la medula y que todo lo nubla. Te diste cuenta al mirarla de que no hablaba con nadie, que su pensión estaba cerca del centro, en una especie de conventillo, que los vecinos eran solo desconocidos fantasmas, que el dinero se había acabado y que para matar el hambre salió a caminar; adivinaste que la ciudad para ella no fue todo lo gloriosa y exitosa que supuestamente iba a ser y que la perdió por entre sus calles grises y frías, que todos sus sueños se acabaron de golpe cuando las ofertas de trabajo y los amigos desaparecieron, cuando lo único que podría servirle para sobrevivir era su cuerpo y a eso no estaba dispuesta, prefería la muerte antes de venderse. Supiste que lo único que deseaba en ese momento era un abrazo, una mano que ordenara sus cabellos ensortijados y que secara sus lagrimas, unas palabras amistosas tomando un café en el local de la esquina, hablando de la vida, mirando la gente pasar o como espera el bus, un café humeante que caliente los labios y entibie el corazón, para mirar alrededor con una mirada nueva esta ciudad, y hasta alegrarse de ver a las parejas, como aquella que esta en la esquina del semáforo,

Que se abrazan y besan sin importarles el mundo.

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Published on e-Stories.org on 24.07.2006.

 
 

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