Jona Umaes

Las puertas del olvido II

          Se tumbó boca arriba sobre la arena, con medio cuerpo a la sombra de una palmera. Cerró los ojos y escuchó la jungla sonora que tenía a su alrededor junto al sonido de la espuma de las olas acariciando la arena. Una ligera brisa movía las ramas de los cocoteros. Aunque aquello fuera un sueño, lo vivía como una realidad. Tenía hambre y en el momento de pensar en la comida, un coco cayó al suelo junto a él, produciendo un ruido seco sobre la arena. Los cocos tenían mucho alimento y el suero de su interior saciaría su sed. Se incorporó y cogiendo el fruto verdoso, se dirigió a unas rocas que había a un ciento de metros para pelar, a base de golpes, la envoltura verde. Una vez quedó libre el fruto velludo y duro, lo estrelló con cuidado sobre salientes puntiagudos de la piedra. Lo alzo para que el pequeño hilo de líquido entrase en su boca. Tenía que agitarlo a menudo porque paraba de manar y no quería volver a golpearlo sin haberse bebido el agua dulce de su interior. Una vez seco, lo terminó de abrir con otro fuerte golpe y comenzó a comerlo rasgando su interior con la ayuda de sus llaves.

 

          Quedó satisfecho logrando saciarse por unas horas. La playa estaba repleta de palmeras. Sabía que alimento no le iba a faltar. Esperaba no permanecer mucho tiempo en aquel sitio y que de alguna forma lograra despertar del sueño que lo tenía recluido contra su voluntad. Se internó en la espesa jungla. No había caminos trazados en la tierra. Tan solo observó pequeñas ramas rotas o dobladas que le sirvieron de guía. Seguramente alguna familia de animales había pasado por allí abriéndose paso entre las plantas que crecían al libre albedrío. Temió encontrarse con algún felino o cualquier otro animal salvaje. Buscando algo para poder defenderse, encontró un grupo de cañas de bambú enormes que se alzaban varios metros. Como pudo se hizo con una y afiló su punta a base de golpes con una piedra. Aunque la astilló, con unas hierbas resistentes que crecían cerca, envolvió la base de la punta, para que soportase un fuerte impacto. El tener aquella defensa en sus manos hizo que avanzara más seguro por aquel lugar desconocido. En los árboles a su alrededor, circulaban monos en la maraña de ramas y no tenía un momento de calma entre tanto grito estridente de los simios y el cantar de todo tipo de aves invisibles.

 

          El instinto de supervivencia hizo que su mente se centrase en la situación y olvidara cómo había llegado hasta allí y que nada aquello era real, sino fruto de su deambular onírico. Percibió el sonido de agua que se iba haciendo cada vez más patente conforme avanzaba. Al poco, llegó a una cascada donde la espuma de la superficie bullía violentamente ante el impacto del enorme chorro que nacía a más de veinte metros de altura. La cortina de gotas era rasgada por los potentes rayos del sol, formando halos multicolor. Aquella humedad movediza le bañó por completo. El frescor le revitalizó y eclipsó la prudencia que había mantenido hasta ese momento. Se quitó la ropa mojada y se tiró al agua cristalina que permitía ver el fondo en la zona menos profunda. Flotando boca arriba, contempló el cielo tachonado por nubes blancas que se movían a una velocidad inusitada, quizás por lo reducido de la bóveda abierta entre tanta vegetación. Ya relajado, se sentó en el fondo poco profundo, apoyando sus codos en la tierra húmeda del borde del estanque. El sonar continuo del agua que caía le relajaba. Parecía que alguien la vertiera con una enorme jarra inagotable de líquido. Cuando alzó la vista, en una roca que sobresalía de la pared vertical, vio una enorme pantera que lo observaba sin realizar movimiento alguno. A pesar de la distancia, percibió su mirada hostil, con los ojos inyectados de sangre, que contrastaba con su pelaje lustroso negro.

 

          Salió del agua como una exhalación, se vistió y cuando volvió a mirar a donde estaba el felino, había desaparecido. Temiendo que el animal fuera en busca de él, comenzó a correr con la lanza de bambú en la mano. En la carrera de vuelta hacia la playa, notó que sus pies no respondían como él quería. Se tropezaba cada poco y se enganchaba en las plantas. Cuando miró hacia el suelo vio horrorizado cómo las raíces de los árboles, que se expandían por la superficie, se movían como culebras. Sus extremos eran manos que lo agarraban del tobillo para evitar que avanzase. Con la punta de su vara pinchaba las raíces grotescas y al instante le soltaban, rezumando sangre. En su frenética huida hacia la playa, iba dejando un reguero sanguinolento. Las raíces malheridas se retorcían de dolor mientras otras cogían el relevo en su afán de impedir que avanzara.

 

          Llegó a la playa exhausto, con las piernas repletas de cortes producidos por los roces de los duros matojos de la espesura. Tenía los pies ensangrentados de las heridas infligidas por su arma. Se lanzó al mar pensando que allí estaría más seguro si aparecía el felino. Le sobrevino una ola de escozor en sus rozaduras por la mar salada. El agua se tiñó de rojo por los hilos de sangre que ascendían hacia la superficie. En tan solo un momento, el oleaje disipó las manchas rojizas haciéndolas desaparecer. Mecido por las olas, se calmó. Aquel episodio tan angustioso le devolvió a la cruda realidad, si podía llamarse así. Estaba atrapado en su propio sueño y rarezas como aquellas sucederían de continuo.

 

          El sol comenzaba su caída y tenía que pensar en algún sitio donde pasar la noche. El hambre le apremiaba. Salió del agua tras unos minutos sin rastro de la pantera y cogió otro par de cocos del suelo. Procediendo de la misma manera que hacía unas horas, se bebió primero el suero, y a continuación se dio un festín de carne blanca. Aquel fruto que comía en contadas ocasiones en su vida real, le estaba sorprendiendo. Se sentía saciado y lleno de energía. La dura cobertura podría servirle como utensilio e incluso arma con aristas afiladas. Era cierto lo que había escuchado sobre el agua de coco. Tenía muchas vitaminas y minerales.

 

          Quedaba poco para que el sol tocase la línea del horizonte salado. Tenía que pensar en algún sitio donde dormir seguro. Pensó en pasar la noche en lo alto de una palmera. Escogió una que estaba inclinada hacia el agua, a suficiente altura para no ser presa de ningún animal. Tras varios intentos, al fin pudo trepar por el tronco sin resbalar y buscó acomodo en ramas que pudieran soportar su peso. El sol estaba a punto de ocultarse, tiñendo el cielo de colores cálidos y sangrientos.

 

          A pesar de la incomodidad, el sueño tiró de sus párpados una y otra vez hasta que logró cerrárselos. Soñar dentro de su sueño era una experiencia nueva para él. Se vio a sí mismo en la cama de un hospital, dormido. En la habitación estaba su pareja atendiendo al móvil, relajada, como si fuese algo rutinario el estar allí. Se preguntó si aquella visión de sí mismo en la cama era real. De estar en lo cierto, podría contemplar a través de sus sueños lo que ocurría fuera de la ensoñación en que vivía. De repente, vio aparecer a su hija por la puerta de la habitación. Hacía tanto tiempo que no la veía que la notó más mayor. Estaba hecha toda una mujer. Cruzó unas palabras con su pareja. No habían tenido ocasión de conocerse. Entonces, fue cuando escuchó cómo le decía que llevaba en coma varios días. Su “pequeña” se acercó a él y le cogió la mano lánguida e inerte. Notó el contacto, sintió su calidez. Le resultó tan real... Fue el sueño más bonito que había tenido en mucho tiempo. Disfrutó esos instantes hasta que entró la enfermera y su hija se hizo a un lado. Mientras la sanitaria hacía su trabajo, las otras dos mujeres intercambiaron de nuevo unas palabras y su hija se marchó.

 

          El rostro de la enfermera se transformó repentinamente, como en un efecto “morphing”, adoptando las facciones de la pantera que había visto junto a la cascada. Abrió su mandíbula con una sonrisa grotesca, exhalando un aliento fétido y mostrando sus colmillos afilados y amarillentos. El animal se inclinó para saciar su apetito de carne fresca y en ese momento se despertó sobresaltado. A punto de perder el equilibrio en lo alto de la palmera, se agarró como pudo a las ramas.

 

La bóveda de estrellas aún era visible y el fulgor del amanecer asomaba sobre el horizonte. Un nuevo día daba inicio en su sueño perpetuo.


 

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Published on e-Stories.org on 04.07.2020.

 
 

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