Emilio Puente Segura

LOS JUGUETES ROTOS ACABAN SIEMPRE EN UNA BOLSA DE BASURA. 3


                                                                                                               Capítulo 3

 

08.55 a.m.

 

La segunda planta del edificio de la Comisaría de Policía de la ciudad, albergaba las dependencias del Grupo especializado en Homicidios y Desaparecidos. 

Parado delante de la máquina expendedora, en una pequeña sala habilitada como área de descanso y avituallamiento del personal adornada con tiras de espumillón, bolas de diferentes colores y demás artículos navideños, el inspector Darío Segré esperaba pacientemente a que finalizara el proceso de extracción de un café solo. 

Concluida la operación, depositó el vaso de plástico en una mesa alta y redonda situada a su lado e introdujo el dinero exacto para llevar otro café a su compañero, al que había visto llegar hacía apenas cinco minutos escasos por el pasillo de los ascensores a paso acelerado, con el ceño fruncido y resoplando. Sus mejillas que siempre lucían sonrosadas, en ese instante tenían un color cercano al bermellón. 

--¡Bff! ¡Estoy a punto de reventar! ¡Me meo! --reconoció en voz baja y con gesto de pánico, exagerando el movimiento de los labios para que Segré leyera en ellos su escatológico mensaje sin tener que llamar la atención de los demás. 

--Invítame a un cafetito socio… Ya sabes, ¡doble de azúcar! --le gritó antes de desaparecer tras la puerta de los servicios. 

Darío Segré salió de la salita con los vasos agarrados por los bordes superiores, a una gran sala donde todas las mesas de trabajo separadas por paneles grises a media altura, miraban hacia el despacho del comisario Román Gálvez y estaban encabezadas por la mesa de Michelle, funcionaria de Interior y su imprescindible secretaria personal. Ella era la encargada de pasarle todas las llamadas. Recibía a las visitas. Tenía preparados los aperitivos y el café en el momento oportuno, y lo más importante: Era una eficaz y precisa agenda viviente.

El inspector entró en un despacho situado a su izquierda. El frío extremo que se había adueñado de la ciudad, y la humedad que se instalaba en los huesos como un inquilino moroso al que no puedes echar a la calle, le harían agradecer cada sorbo de esa especie de agua caliente coloreada, que le vendría de maravilla para tonificar su espíritu y despejar al mismo tiempo a las adormecidas neuronas que aún funcionaban en su cerebro.

Alto, de constitución normal, cabello negro salpicado de atractivas canas, ojos pardos, grandes, expresivos, con un pequeño y encantador hoyuelo adornando su barbilla, Darío Segré seguía pareciendo un hombre atractivo a sus cuarenta y cinco años. 

Se sentó mirando reflexivo hacia las pizarras de caucho adosadas a la pared donde solían pinchar las fotografías de los distintos casos que estuviesen investigando. En ese momento, y por tercer día consecutivo, se veían extrañamente vacías. Ni una foto. No era normal que en una ciudad como esa no hubiera habido ningún suceso delictivo con el resultado de la muerte de alguien.

Apoyó el codo en la mesa, cubrió su barbilla con la mano y comenzó a acariciar el hoyuelo con el dedo pulgar. Un gesto involuntario que surgía cuando necesitaba pensar.

Mientras divagaba sobre la desnudez de esas pizarras, dio un nuevo sorbo al café. 

La puerta del despacho se abrió para dar entrada a su compañero, el oficial Laurencio Matasantos. Era más joven que Segré. Un gigantón de constitución fuerte y rasgos duros, en el que el inspector ponía toda su confianza. Los vaqueros y las botas camperas se habían convertido en complementos indiscutibles de su indumentaria habitual.

Laurencio Matasantos se frotó las manos para hacerlas entrar en calor y contrajo los hombros cuando un escalofrío recorrió su espinazo. Parecía haber recobrado el tono rosáceo que traía de fábrica. Se despojó del parka color camel y lo colgó en el perchero de pie situado a su espalda, junto a la puerta.

--¡Humm... café calentito! --exclamó, mientras se acercaba a la mesa que ocupaba Segré donde reposaba el vaso humeante.

Observó que éste tenía la mirada perdida. 

Preguntándose si su colega se había percatado de que ya estaba en el despacho, se situó delante de él, alcanzó el vaso de café, e introdujo la mano desocupada en el bolsillo del pantalón vaquero. Bebió un trago.

--¡Hey..! ¡Cú-cú..! --canturreó para llamar su atención--. ¿Interrumpo sus pensamientos inspector?

 --Estaba mirando las pizarras... 

Segré respondió sin dejar de mirarlas aunque no pudiese verlas. La corpulencia del oficial que se encontraba de por medio se lo impedía.

  -¿Y..? --cuestionó Laurencio.

 --Pues... que están vacías... --argumentó Segré.

El oficial Matasantos, elevó levemente los hombros ante lo evidente del argumento.

--¿Y..? --volvió a repetir.

Le había dejado solo durante cinco minutos y ya tenía problemas, pensó. Su limitado cerebro giraba vertiginosamente dentro del vórtice de un remolino de dudas e incertidumbres. Y las consecuencias a todas luces, eran un caótico intercambio en las posiciones de sus hemisferios.

 

Segré alzó la mirada para hacerla coincidir con la de su compañero. 

--Bah…, nada importante… --hizo un gesto despectivo con la mano--. Tonterías mías… ¿Crees que tendremos unas Navidades blancas? --preguntó intentando pasar página. 

Matasantos, le miró serio, sin mover un músculo de la cara. 

--El tiempo, buen tema para desviar mi atención y no tener que decirme lo que rondaba por tu cabeza.

--No pretendía desviar nada.

--Como si yo fuera tan simple, ¿no? Le hablo del tiempo y el tonto de Lauren se queda tan a gusto.

--A veces comenzar una conversación hablando del tiempo genera después una buena amistad.

--Ya, el hablar por hablar. Eso es porque la gente no soporta los silencios. Pero a tí no te preocupa si la ciudad se cubre de nieve estas navidades, así que no me vale ese inocente quiebro para cambiar de conversación. Que las pizarras están vacías se puede comprobar sin tener que acercarse demasiado a ellas. --se volvió a mirarlas y las señaló con la mano en la que sostenía el café--. Están tan vacías como el depósito de ideas que llevas sobre los hombros.

 Estaba seguro de que Segré no quería decir lo que estaba pensando porque era una estupidez y temía hacer el ridículo. Laurencio le conocía perfectamente. Si insistía, seguro que terminaría confesando qué gilipollez era la que le tenía tan embelesado. Se divertiría a costa de Darío. Pasaría el rato mientras se tomaban el café.

--Están vacías… --continuó Matasantos-- porque llevamos dos días escasos sin que se haya cometido ningún crimen... que necesite ser investigado por homicidios...  --habló con la cadencia usada por los adultos cuando quieren hacer entender algo a un niño--. ¡Y eso…, aparte de ser una buena noticia…, es casi un milagro! ¿No estás de acuerdo? --dió un sorbo rápido al café 

--¡Vale tocapelotas..! Pero ya te anticipo que es una tontería.

--Viniendo de tí, seguramente lo sea… --puntualizó burlón Matasantos--. Pero sigue..., sigue… Me interesa saber lo que te tenía tan concentrado. Total..., no hay otra cosa que hacer... 

--Sólo pensaba en lo antagónica que resulta esta situación. Habrás oído hablar del yin-yang. Que todo tiene un blanco y negro, un lado bueno y otro malo...

--Si vas a ponerte filosófico avísame para sentarme. -- le interrumpió. 

--Bien, vale. A lo que iba. Que no haya crímenes es lo que deseamos todos, eso es evidente, ¿no?

--Debería ser así. --aseguró Matasantos-- ¿Y..? Continúa por favor… --en sus comisuras, pudo vislumbrarse un intento abortado de sonrisa.

--Pero si lo enfocamos desde un punto de vista estrictamente profesional…, no sé…, si esta circunstancia se alarga en el tiempo… ¿No crees que podría llegar a ser frustrante estar todos los días aquí sentados, delante de unas pizarras vacías y sin nada que hacer salvo pasar las horas muertas mirándonos a la cara?

Laurencio Matasantos soltó una risa seca, como un monosílabo.

--¡Joder Darío..! ¿Te puedes creer que yo también había pensado lo mismo..? --expuso, dando un ligero tono de intriga a la frase.

Segré ladeó ligeramente la cabeza. ¿Sería cierto que había pensado lo mismo?

 Sí, sí. --continuó Laurencio--. ¡Me refiero a lo de estar viendo tu cara todo el puto día..! ¡Qué pasada! ¿Te lo imaginas tío? 

--¡Qué ingenuo soy! Había creído por un instante que el payaso de mi compañero podría hablar alguna vez en serio.

--Sería un suplicio difícil de aguantar, una tortura china. Peor que pasar una tarde de domingo acompañado por mi callado y soporífero suegro sin que pongan fútbol por la tele. O peor aún… ¡Sin tele! --añadió, inclinándose ligeramente hasta quedar cerca del rostro de Segré.

--¡Dios…! ¿Puedes apuntar tu aliento hacia otro objetivo..? --se quejó éste con gesto desagradable abanicándose la nariz con la mano. 

El oficial Matasantos se irguió, y miró hacia el techo implorando ayuda divina.

¡Aaay… Darío... Darío..! --suspiró-- ¡Vives tan dedicado a tu profesión que no tener la mente ocupada en algún caso te lleva a pensar en chorradas..! ¡Hay que joderse! Un poli adicto al trabajo con síndrome de abstinencia. ¡Eso no puede ser bueno! Lo que te digo, ¡sólo piensas chorradas y gilipolleces! --sonrió, y movió la cabeza negando--. ¡Incluso insinuas, que te gustaría que se produjera un homicidio para poner en acción tu maquinaria oxidada..! ¡Eres increíble tío..!

Ese comentario removió las entrañas de Segré. 

 --¡Joder! ¿Has escuchado en algún momento que algo parecido haya salido de mi boca? Yo no he insinuado ni remotamente que desee que maten a alguien..! --exclamó, abriendo sus expresivos ojos.-- ¡Sabes perfectamente que se trataba de un simple planteamiento..! 

Un mínimo sentimiento de culpabilidad arañó su conciencia. Por un lado pensó que en realidad podría sonar algo fuerte ese... "simple planteamiento", dando a entender que se aburría si no había un fiambre en su vida. Concepto, que analizado fríamente, era cierto. Por otro lado, y en mayor medida, se culpaba y arrepentía a la vez de haberle hecho partícipe de su maldito e inoportuno "simple planteamiento".

--Sólo se trataba de una reflexión. --añadió de forma sosegada y aclaratoria--. ¡De un pensamiento de tantos que le suelen pasar a uno fugazmente por la cabeza! No me importaría hacerme viejo sentado en esta silla y aburrirme como una lapa, a cambio de que el número de homicidios no llegara a superar el cero. --su tono de voz iba in crescendo--. ¡Aunque el resultado fuese terminar cada día a puñetazos entre tú y..!

-¡Vale, vale... Saca los dedos del enchufe inspector! --Matasantos le frenó divertido antes de que se ahogara en lo poquito que le quedaba del café--. No me des tantas explicaciones... El enigma sobre la virginidad de las pizarras ha quedado solucionado

Se sentó riendo y con gesto triunfal en la silla giratoria de tela negra de su mesa de trabajo. Saboreando el momento.

 Estiró las piernas encima de la mesa y cruzó los tobillos golpeando con leves toquecitos una campera con otra mientras alzaba burlonamente el vaso de café simulando un brindis con su compañero.

Segré, alargó las comisuras de sus labios asintiendo resignado. Entornó los ojos, y bajó levemente la ceja derecha.

-¿Sabes una cosa Lauren? --dijo--. A veces... eres un poquito gilipollas. ¿Sabes otra? Que el tiempo restante lo aprovechas al máximo…, ¡siendo un verdadero cretino!

Laurencio Matasantos alargó el brazo y de su puño brotó el dedo anular extendido apuntando hacia el techo. 

--¡Que te den..! --sentenció. 

Los dos rieron. 

A veces surgía en ellos ese niño que todos perdemos de la mano en algún punto indefinido del camino enmarañado de la vida. Había que pasar las horas de inactividad de alguna manera. 

--Lo cierto es que hacía ya mucho tiempo que las pizarras no se veían así. Sin ninguna fotografía de un caso abierto… --Segré miró pensativo a su compañero--. Intento acordarme de cuándo fue la última vez. Creo... que hará de eso casi un año. --cruzó los brazos sobre el pecho--. Estuvimos un par de días así, como ahora. Luego, si no recuerdo mal, nos llamaron para pasarnos el caso ese del "Violador del amanecer.” ¿Te acuerdas?

--Perfectamente. Los mandamases de arriba recurrieron a nosotros cuando murió la quinta chica a la que intentó violar. --repuso el oficial.

--La autopsia reveló que había muerto de un paro cardíaco a causa de una malformación congénita. A lo que intentó aferrarse el abogado del sujeto como último recurso, alegando que por ese motivo, su defendido no había sido el causante directo de la muerte de la chica pero, lógicamente, no cuajó, ya que el infarto lo provocó el pánico y el elevado grado de estrés al que fue sometida en el momento de la agresión.

--Recuerdo también que las víctimas elegidas por el tipo eran putas rellenitas que esperaban a sus clientes en los polígonos industriales de las afueras. Al cabrón le ponía que estuviesen entradas en carnes... Y como no había forma de atraparlo, Laly, "la Gorda", se ofreció voluntaria como cebo. Poli de día, putita de noche. --rememoró divertido Laurencio.

--La gran Laly. Hace tiempo que no sé nada de ella...--dijo Segré con curiosidad.

--Alguien me comentó que se había casado… --Matasantos hizo una leve pausa--. Con otra tía. La gordita era bollera...  Y al final dejó el cuerpo. --aclaró bajando la voz y sonriendo de forma malévola. 

--¡Vaya! --exclamó Segré con sorpresa--. No estaba enterado. --hizo una pausa para pellizcarse la barbilla--. Todo el mundo merece ser feliz a su manera. Eso es lo importante. El cómo, es una decisión personal. ¿No estás de acuerdo? --concluyó antes de continuar con la conversación.

 En ocasiones, los comentarios de Laurencio solían llevar una pincelada de la intolerancia y el machismo con olor a rancio que siguen anidando en las entrañas de la sociedad.  

--Esa noche, después de casi dos semanas de espera por fín nos sonrió la suerte. Cuando el tipo apareció y mordió el anzuelo, Laly comenzó a darle puñetazos hasta que llegamos donde estaban ellos y pudimos quitársela de encima mientras el tío suplicaba lloriqueando que no le pegase más. Fue una detención de lo más cómica. --Segré no pudo reprimir la risa.

--Hubo chistes sobre el tema durante varias semanas. --agregó Matasantos también riéndose--. En cambio a él no creo que le hiciera demasiada gracia.    

--Tuvimos que llevarle derechito al hospital. Cinco puntos de sutura en la ceja izquierda, rotura de los huesos propios de la nariz, pómulo izquierdo fracturado, y una operación de mandíbula bastante complicada. Aún seguirá bajo tratamiento psicológico para superar el trauma y estoy seguro que en más de una ocasión habrá estado a punto de arrepentirse de todo lo que ha hecho.

--¿Hecho..? --continuó entre carcajadas Matasantos-- Lo que sí es un hecho confirmado es que la gordita tortillera es diestra… Y su puño funciona como un jodido martillo...       

En ese momento llamaron suavemente a la puerta. 

Entró Michelle, la secretaria personal del comisario Román Gálvez, perfumando el ambiente con una mezcla de olores a flores frescas y caramelos de limón, que añadidos a su luminosa sonrisa, daba la sensación, --a juzgar por el gesto embelesado que se captaba en los rostros de sus dos compañeros-- que al despacho acababa de entrar la mismísima primavera.

--¡Hola chicos..! --saludó risueña, mirando de reojo a Segré mientras caminaba con elegancia hacia la mesa de Laurencio.

Segré la devolvió el saludo con tono acogedor.

--Muy buenos días Michelle. 

Laurencio Matasantos abrió los brazos esbozando una amplia sonrisa.

--¡Por fin una cara bonita por este despacho! --celebró--. ¡Un verdadero regalo para la vista! Gracias Michelle. Mil gracias por haber elegido esta fiesta para perderte cariño.

La atractiva secretaria puso el gesto avinagrado.

--Ummm…, te veo muy zalamero esta mañana Lauren. La pena es que esa amabilidad tuya normalmente suele esconder segundas y aviesas intenciones. ¡Limpiate la baba anda! --bromeó Michelle pasándose la mano por su barbilla--. No quisiera molestar, parece que estáis abrumadísimos de trabajo. 

--Tú nunca molestas pequeña. En todo caso, el único que sobra aquí es éste... --Laurencio miró a Segré-- Que si supiera leer entre líneas nos dejaría unos minutitos solos a tí y a mí. --sonrió con picardía. 

Michelle aceptaba con complicidad lo que para ella eran las eternas chiquilladas de Laurencio. Apoyó ambas manos sobre su mesa.    

--Ya sabes que al estar casado, quedas totalmente excluido de mi lista de hombres seleccionables... --enarcó las cejas negando con la cabeza, lamentando no poder satisfacer sus deseos.

--Ya. Lo sé. Ok… Soy un pesado. Me lo has dicho mil veces, pero por intentarlo no pierdo nada. Quizás, algún día cambien tus criterios de selección y añadas también en esa lista a hombres casados… Y entonces…, no sé… Sería un placer y un honor para mí ser el primer candidato. De momento asumo con dolor que nuestro amor es imposible. --dejó caer, entornando ligeramente los párpados, fingiendo estar desolado.

--Quizás…, algún día. Pero no sé si Lara estaría de acuerdo en que te incluya en esa lista... --contraatacó Michelle buscando su línea de flotación.

Lara era la esposa de Laurencio.

--¡Bah..! --éste hizo un gesto con la mano-- Es una pena que una mujer como tú sea tan fría y decente… --repuso cruzando los brazos.

--Lo de fría y decente va en consonancia dependiendo de la clase de hombre que tenga delante. -- Michelle, miró a Segré fugazmente.

      Laurencio observó el detalle.

--¡Vaya..! Sea quien sea, ese hombre será un hombre afortunado, si señor, sin lugar a dudas. Muy afortunado. --afirmó, asintiendo con la cabeza-- ¡Qué curioso! Ahora tengo la impresión de que el que sobra soy yo. --miró alternativamente a ambos--. Si queréis que desaparezca por un ratito...  --añadió con sorna.  

--¡Ejem! --carraspeó Segré--. Seguro que Michelle está aquí por otros motivos menos banales. --dijo para desviar la conversación.

--Es cierto Don Juan… --confirmó ella algo ruborizada por las insinuaciones de Laurencio--. Darío tiene razón, he venido a por el informe que tenías que firmar. El comisario me ha pedido que le pase una copia. ¿Lo tienes preparado?

--Sí..., está por aquí... El viejo perro policía siempre con prisas-- abrió un cajón de su mesa y la ofreció varios folios unidos por un clip--. Todo tuyo muñeca. ¿Estás segura de que esto es lo único que quieres de mí..? --insistió.

--Estoy segura de que no tienes nada mejor que ofrecerme…, muñeco. --sentenció airosa mientras los recogía de su mano.

--Me voy señores. Tengo cosas que hacer. Alguien tiene que trabajar en esta comisaría. --miró a Segré, sonrió, y se dio aire con los folios. Él, la recompensó con una sonrisa bobalicona y un brillo especial en la mirada.

Michelle, caminó hacia la salida acentuando el sensual balanceo de sus caderas, dejando constancia de las bonitas formas que se adivinaban bajo su ceñida falda negra. Abrió la puerta y se giró hacia ellos para comprobar si su provocado contoneo había surtido el efecto deseado.

¡Bingo! Los dos la miraban con la mandíbula caída.

Cubrió sus nalgas con los folios poniendo cara de ofendida.

-¡Qué miráis..!  --sonrió traviesa y les hizo un guiño.

Cuando se cerró la puerta tras ella…, y ellos consiguieron cerrar también sus bocas después de encajar la mandíbula en su lugar, se miraron y tragaron saliva. Laurencio movió admirado la cabeza.

--Una mujer extraordinaria... --logró articular.

--Ahí tengo que darte la razón, aunque me cueste... --le secundo Segré.

Matasantos se acercó pausadamente el vaso de café a los labios escrutando con curiosidad los ojos de su colega.

--Me gustaría saber hasta qué punto esa mujer te tiene atrapado en sus redes... --bebió despacio, sin apartar la mirada de Segré para observar su  reacción.

--¿Tengo cara de pez.? --cuestionó molesto el inspector-- Aquí es una compañera de trabajo más, y fuera de aquí…, pues eso…, hemos tomado ocasionalmente un par de copas antes de irnos a casa. No le busques tres pies al gato tio.

--Hay rumores… 

Laurencio dejó las palabras en el aire.

--¿Rumores? Sobre qué…

--No sé… La gente observa, comenta, rumorea…

--La gente. Si esa gente se dedicara a su trabajo no tendría tiempo de fisgonear ni de inventar la vida de los demás.

--… Ya. O no quieres contarme lo que hay entre vosotros, o el afán por defender tu soltería te tiene tan ciego, que no te has fijado en sus miraditas. ¡Quién sabe, quizás Michelle sea la mujer de tu vida! ¿Te la imaginas..? Envuelta en papel de regalo. Naturalmente, con ropa interior muy sensual de color rojo Navidad. Un lacito rosa adornando el paquete y esperándote cuando llegues cansado a casa, con esa sonrisa, esos ojos, ese...

      --¡Lauren, vale! --le interrumpió Segré temiendo que soltase una de sus barbaridades--. Lo primero es que por supuesto no me atrae nada la idea de que alguien tenga que estar esperándome en ningún sitio... Sonia estuvo esperándome durante tres años, y terminó tan aburrida de mí y de mis horarios, que pidió el divorcio y se fue a esperar a otro. 

Segré llevaba cinco años felizmente divorciado y, según él, maravillosamente solo, disfrutando de esa soledad libremente elegida, de ese estatus de soltero encantado de serlo. 

      --Sí, en eso tienes toda la razón.  La gran diferencia es que ese otro tiene más dinero que tú. Y esperar con una tarjeta de crédito sin límite económico en el bolso, de la que puedes disponer en cualquier momento con total libertad para planificar excursiones por todos los centros comerciales de alta élite, por las joyerías de lujo, y las inalcanzables boutiques donde tú y yo sólo podríamos mirar los escaparates, hace que la espera no se convierta en una…, como llamarlo..., ¿aburrida monotonía? --Laurencio sonrió de medio lado.

      A Segré no le gustaba hablar de su pasado con Sonia. Es más, en realidad para él era un asunto olvidado. Quería cambiar de tema. Miró el reloj analógico de la pared.

--Son las nueve y diez. --se levantó de la silla-- Seguro que el “nuevo” está inmovilizado con su coche en medio de un atasco descomunal. La Navidad y la locura colectiva de ir con el coche al mismo centro de la ciudad para hacer las compras. Somos un atajo de borregos. --apuró el café y arrojó el vaso vacío a la papelera situada bajo la mesa.

--Pues yo apostaría contigo lo que quieras, a que anoche estuvo celebrando su nuevo destino acompañado de unas copas de champán y una maravillosa hembra. No me extrañaría nada, que esta mañana le haya costado un mundo apartar el edredón a un lado para sacar el culo de la cama y canjear el calor corporal de la muchachita por un frío día de invierno. Yo, sin lugar a dudas, lo hubiera tenido que pensar mucho… ¡Muchísimo! --enfatizó.

--Tú, amigo mío, siempre piensas más con la entrepierna que con el cerebro. Admiro a tu esposa, debe estar muy enamorada de tí para soportarte. Menos mal que te conoce de sobra y sabe que pierdes toda la fuerza por la boca como los refrescos con gas cuando les quitas la chapa. Se merece ser condecorada. Que inventen un nuevo premio Nobel en su honor: A la “Paciencia Bíblica”, por ejemplo.

--¿Lara..? Sabe que tiene una joya de maridito. --dijo en plan fanfarrón--. Soy como un diamante, no tengo precio. --guiñó un ojo y acabó con el café que quedaba en el vaso.

--Sí, como un diamante… Como un diamante en “bruto”. --Segré sonrió para sí--. Reconozco que tienes muchas cualidades…, pero están ocultas, aún por desarrollar. Sólo hay que pulirte un poco…, quitarte las aristas…, darte forma. Aunque eso, y créeme que lo siento, es como intentar apagar un edificio en llamas de una sola meada.   

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Published on e-Stories.org on 27.01.2016.

 
 

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