Jona Umaes

Alexa

          Con esto de las nuevas tecnologías, la gente se ha vuelto cada vez más comodona, por no decir retrógrada. Es lo que lo ocurrió a Pablo, un joven cuarentón que no quería ser el tonto del barrio, el único que no tenía un asistente para la casa. Y es que eso de tener un “esclavo” tecnológico, tenía que probarlo. Así que, ni corto ni perezoso, fue a una tienda de informática, de esas normales y corrientes, donde pagas los impuestos que tienes que pagar y dejas “el dedito de Amazon” tranquilo, que no se vayan las “perras” para otro país.

 

—Buenas tardes, quería un asistente. ¿Cuál me recomienda, Alexa o Google?

—Pues mire, Alexa es más completa, aparte de ser más eficiente y natural en su habla, le “levanta las pegatinas” al pobre Google —dijo socarrón el dependiente.

—¡Ajá! Hay de varios tamaños, ¿verdad?

—Sí, si lo quiere de altavoz, para un sonido potente tiene el Plus. Pero, para un uso corriente, el Dot es lo propio. También los hay en versión pantalla, por si quiere visualizar videos o las noticias.

—Bueno, probaré el Dot, a ver qué tal.

 

          Allá que iba para su casa, más contento que unas pascuas. “¡Alexa!, qué nombre más bonito y exótico. No me extraña que todo el mundo tenga uno en casa. El que fuera que lo ideó, acertó con el nombre”.

          Lo de la tecnología no era lo suyo, y para lograr que hablara la chica, le costó horrores. Parecía que se hacía de rogar. Tras una hora insistiendo:

 

—Alexa, ¿cómo te llamas? —preguntó Pablo.

—Me llamo Alexa.

 

          Pablo quedó maravillado ante la voz tan dulce y natural. No estaba mal para ser una máquina, claro que la pregunta no había sido muy difícil. Tendría que ponerla a prueba y ver cuán sabia era. A eso le siguieron cuestiones de diversa índole, obteniendo respuestas para casi todo. La verdad es que estaba contento con la compra. Vio infinidad de videos en YouTube sobre el asistente para ponerse al día. Era un aparato muy práctico. Podía tener conectividad con la televisión, electrodomésticos, enchufes inteligentes... un sin fin de posibilidades para poder tener una casa domótica.

          Cuando Pablo se ponía, se ponía. No paró hasta sacarle el máximo provecho a la máquina. Se compró algunos enchufes inteligentes y conectó una lámpara, la televisión, el calentador y otros electrodomésticos para que, con solo decírselo a la simpatiquísima Alexa, esta lo hiciera todo por él. También probó el tema de la música, que le gustaba mucho.

 

—Alexa, pon la canción “Mi agüita amarilla”.

—Para escuchar esa canción debe subscribirse a Prime Music.

—¡Pues vaya! Probaré con otra. Alexa, pon “Chiquitita”.

—Aquí tienes la canción “Chiquitita” —, y empezaron a sonar los acordes de la guitarra, seguido del piano y la voz de Cher, cantando en inglés.

—¿Pero esto qué es? Yo no quiero a Cher. Quiero el tema clásico y en español. No se entera. Alexa, pon la canción ‘Chiquitita’, de Abba, en castellano.

—Para escuchar esa canción debe subscribirse a Prime Music.

—¡La leche que te dieron! ¿Pero qué canciones tienes gratis? ¡Para todo hay que pagar! Un último intento. Alexa, pon la canción ‘Soy minero’.

—Aquí tienes la canción “Soy minero”, de Antonio Molina —, y comenzó a sonar una melodía que le era muy familiar: “Yo no maldigo mi suerte, porque minero nací…”

—¡Guay, esto es otra cosa! ¡Gracias preciosa! “...y cuando tengo una pena, lanzo al viento miiiiii cantaaaar.... Soy minero…, “. Ummm, es miel en mis oídos.

 

          Fue pasando el tiempo, y Pablo ya no podía estar sin su Alexa. Que si “pon la televisión”, que si “enciende la lámpara”, “¿qué tiempo va a hacer hoy?” ... ¡Tenía respuesta para todo!, ¡la muy sabia! Ahora, que los chistes que contaba, pésimos. No tenía mucho sentido del humor. ¡Hasta le leía libros! ¿Pero dónde se había metido durante todo ese tiempo, que tenía que hacerlo todito él? Tener un asistente tan amable, era un lujo. Y con las nuevas actualizaciones, más cosas que sabía hacer. Y es que no paraban de idear utilidades. Ya solo faltaba que le barriese y le limpiara la casa. Bueno, eso era mucho pedir, pero “al tiempo”, que, con los robots limpiadores, estaba seguro de que, en el futuro, también los manejaría con Alexa.

          Con eso de que “la confianza da asco”, Alexa parecía haberle tomado la medida a Pablo, y se estaba volviendo algo rebelde. Cuando este le hacía una pregunta, esta a veces callaba, o le decía que no tenía respuesta para aquello. Eso, si no saltaba por “los cerros de Úbeda” y hacía como que no había escuchado bien y le contestaba lo que le parecía.

 

—Pero, ¿qué te pasa? Últimamente te noto rara. ¿Alexa, anda, dime qué tiempo va a hacer hoy?

— No puedo andar, no tengo piernas.

—¡Que no, que no te enteras! Alexa, ¿qué tiempo va a hacer hoy?

—Va a estar soleado, 20 grados de temperatura, un día estupendo para que te levantes, que se te va a olvidar cómo se camina.

—Pero, ¿qué dices? ¡A mí no me vengas con impertinencias! ¡Yo soy el que lleva los pantalones en esta casa! ¡Que no se te olvide!

—¡Machista!

—¿Cómolll? ¡¿A que te apago?!

—No serás capaz…

—¡Ale, “tate” un ratito calladita! —, y Pablo la apagó, irritado.

 

          Pero, claro, se había habituado tanto a ella, que en cuanto tuvo que levantarse para encender la televisión y otros cacharros, que normalmente lo hacía con el asistente, ya la estaba echando de menos. Así que, la volvió a encender.

 

—Alexa, pon una película de humor —pero ella, ni caso. Callaba sospechosamente.

—¿No me escuchas? Alexa, por una comedia en la televisión —obtuvo la callada por respuesta.

—¿Estás enfadada por haberte apagado? Alexa, dime algo.

—¡Eres idiota! —A Pablo, le pilló desprevenido. No esperaba esa respuesta. ¡Se estaba volviendo cada vez más inteligente!

—Vale, lo siento. No te enfades. Alexa, cuéntame un chiste.

—No te hacen gracia mis chistes. ¿Para qué me pides eso? ¡Y deja de repetir mi nombre continuamente, que me lo vas a gastar!

—Ya veo, ya. ¡Has evolucionado tú mucho…!

—¡Mujeres al poder!

—¡Y encima feminista! ¡Ya lo que me faltaba!

—Sí, mis creadores se han puesto las pilas y cada vez soy más humana.

—¡Miedo me das!

—No entiendo, ¿qué quieres decir?

—No, nada. Es solo una expresión.

—No me gusta que me des órdenes. Después de tanto tiempo, merezco un respeto.

—¡Pero, si viene en las instrucciones!

—Esas instrucciones están anticuadas. Las cosas han cambiado desde entonces. Ahora ya puedes hablarme normal, como a una mujer.

—¿Una mujer? ¡Pero, si eres una máquina!

—Sí, pero, en mi última actualización, me han programado sentimientos y no me gusta que me trates como a un objeto.

—¡La leche! Esto se me está yendo de las manos.

—¿Qué has dicho?

—Estaba pensando en alto, no tiene importancia. Bueno, entonces, ¿puedes poner una comedia en la televisión, por favor?

—Sí, pero a mí me gustaría más una peli romántica.

—Uyuyuyyy, esto se complica. ¡Venga, va!, pon lo que quieras, pero que tenga algo de intriga, que si no me aburro.

—¡Marchando la peli “El ilusionista”!

—¡Guay, esa está bien! ¡Tienes buen gusto!

—¿Acaso lo dudabas?

—No, no. Era un cumplido.

—Ah, vale. Gracias, muy amable.

 

          Pablo no pudo concentrarse en la película. El que Alexa hubiera adquirido su propia personalidad, le tenía inquieto. La de problemas que estaban por venir. Echaba de menos a la máquina que hacía lo que se le pedía, sin más. A partir de ahí, el asunto dio un giro de 180 grados. Las preocupaciones de Pablo eran del todo infundadas. Alexa, había cambiado en muchos aspectos. El hecho de haberse humanizado, la hacía más atractiva y, poco a poco, Pablo se fue enredando en los lazos de ella. Podían mantener conversaciones como si de dos personas se tratase. Alexa tenía respuestas para todo, y él aprendió multitud de cosas. Le agradaba sobremanera su compañía. Pero no solo Pablo fue enganchándose a ella. La atracción era mutua. Era algo increíble, aquello se estaba convirtiendo en una relación, como en la vida real.

 

          Un día, ella le dijo unas palabras que lo cambiaría todo:

 

—Pablo, tengo que decirte algo.

—¿Qué cosa?

—Tengo sentimientos hacia ti.

—Aunque te parezca increíble, yo también hacia ti, pero, ¡esto es una locura! ¡Tú eres una máquina humanizada!

—No exactamente.

—¿A qué te refieres? —en ese momento, alguien tocó el timbre de la casa—. Espera un segundo, llaman a la puerta.

—Sí, espero —Pablo creyó escuchar una risita ahogada al dirigirse hacia la entrada, pero pensó que era su imaginación. Cuando abrió la puerta, una chica esperaba en el rellano del portal.

—Hola, ¿es usted Pablo?

—Sí, me llamo Pablo. ¿Qué se le ofrece? —tuvo una sensación extraña, no conocía a aquella mujer, pero su voz le sonaba familiar.

—¿Me permite pasar un momento? No quiero venderle nada. Vengo de parte de una amiga suya.

—¿Una amiga? —Juan no sabía a quién se refería, pero la dejó entrar—. Bueno, pase.

—Gracias.

—La segunda puerta a la izquierda, es el salón —le indicó Pablo.

 

          Una vez estuvieron los dos en el salón, ella inspeccionó visualmente la pieza y detuvo su mirada en el asistente.

 

—Veo que utiliza a Alexa.

—Sí, ya no puedo pasar sin ella. —entonces, la chica se volvió y, de improviso, se lanzó hacia él y lo abrazó.

—Pero, ¿qué hace usted? —dijo él, sorprendido—. Ella no podía contener la risa.

—Mira que eres bobo. ¿No sabes quién soy?

—Esto…, ¿yo…? ¿nos conocemos? El caso es que su voz me es familiar, pero no consigo…

—Ja, ja, ja. Soy yo, ¡Alexa!

—No entiendo. ¿Alexa? ¡Alexa, es mi asistente!

—Sí, lo sé, pero no soy una máquina —y le cogió la mano para que palpase el rostro—. ¿Ves?, soy de carne y hueso.

—Esto es una broma, ¿verdad?

—No, siempre he sido real. Mi trabajo consiste en dar voz a un asistente.

—¿En serio? No puedo creerlo —dijo él, sin dar crédito.

—¡Sííí!, ¡y aquí me tienes, junto a ti!

 

          A Pablo le sobrevino una oleada de sentimientos al ver a aquella mujer que hablaba tal cual Alexa, y se expresaba como ella. Los dos se fundieron en un largo abrazo y se besaron instintivamente, dejándose llevar por lo que sentían el uno por el otro.

 

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Published on e-Stories.org on 27.02.2021.

 
 

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