Ahmed Oubali

AMOR AÉREO



Hacía una mañana lúgubre y oscura. El avión rugió sobre la pista del aeropuerto de Barajas, despegó con un fuerte zumbido y ascendió oblicuamente hacia el cielo con destino a Marrakech.

Los viajeros desabrocharon sus cinturones para ponerse cómodos. Una joven, que cubría su cabello con un pañuelo con monedas de oro que le caían sobre la frente, pidió disculpas para cambiar de sitio a un joven que aceptó afablemente. Le explicó que estar pegada a la ventanilla le producía vértigo y ambos se rieron del incidente y se dejaron caer sobre los respaldos, cerrando un momento los ojos para descansar.

Ella era alta, delgada, cutis de maniquí pero sin cosméticos, cuerpo fino y cimbreante. Vestía ropa gris y rosa que le caía formando pliegues hasta los pies. Llevaba un brazalete con incrustaciones de brillantes en su muñeca izquierda y su aspecto general denotaba educación y opulencia. Él era de ojos castaños, pelo negro como el azabache. Iba también bien ataviado y era suave en sus modales.

En el asiento delantero, una mujer se puso a cambiar de posición a su bebé que no cesaba de llorar; lo colocó en su regazo y, para acallarlo, tiró de la cremallera de su chilaba, sacó el seno izquierdo y lo acercó al niño para que mamara. Su compañero de asiento, un hombre corpulento, con un grotesco bigote y pelo rizo, se quedó disimuladamente mirando al seno erecto y opulento de la joven madre, sin pestañear.

En el lado contiguo, a la derecha, otra mujer se arrellanó cómodamente en su asiento, desplegó el diario La Mañana y se enfrascó en su lectura, sin notar que el hombre sentado a su derecha la escudriñaba discretamente, impresionado visiblemente por los encantos con que la naturaleza obsequia magnánima y generosamente a ciertas criaturas femeninas. Era una mujer bellísima, alta y de formas esculturales, rubia, de ojos azules y labios carmíneos. Llevaba el cabello recogido en un gran moño en la nuca. Vestía una atrevida creación en azul marino y blanco que le daba un aspecto distinguido. Parecía sin embargo muy preocupada y tenía el ceño fruncido. El hombre miró de reojo los titulares del periódico, página de sucesos, y comprendió la preocupación de la joven: " Una mujer recién casada castra a su novio y se suicida"; "Una joven seropositiva contamina a varias personas, por venganza"; “Una aldea es atacada por monstruosas víboras”. Desplegó su propio diario y distinguió que aquellos títulos eran casos aislados y sensacionalistas, destinados a un público específico. Se interesó por la página de economía nacional y no pudo contener su emoción: tras una larga e ingrata sequía, la situación volvía a su curso normal, con un rebrote general de la vegetación y el abastecimiento oportuno en recursos hidráulicos. En cuanto a los labradores e inversores extranjeros, todos manifestaban su euforia y confianza en el porvenir.

 

Un fuerte codazo sacudió al hombre y le hizo volver la mirada hacia su compañera de asiento, quien se apresuró a disculparse:

—Lo siento —dijo con voz suplicante—, me disponía a abrir el bolso para sacar caramelos cuando, con la sacudida del avión, le di el golpe sin querer.

—No se preocupe —le contestó él, tranquilizándola—, son cosas que ocurren.

—¿Quiere un caramelo? —invitó la mujer, con acaloramiento.

—Gracias —aceptó, llevándose la golosina a la boca—, es delicioso.

—Son de chocolate con anís —observó ella, luego agregó—: me llamo Aurora Gómez y soy periodista.

—Encantado. Yo soy Adel Sekal. Acabo de terminar mi carrera de ingeniero de minas y vuelvo a casa definitivamente.

Aurora miró al joven y, por primera vez, pudo recrearse en su contemplación, estudiándolo a su antojo. Era también alto y de formas esculturales, pero moreno, de ojos castaños, cabellos y cejas de un negro profundo. Tenía también un aspecto pulcro y distinguido.

—¿Cómo se dice en árabe dialectal "perdone" y "Gracias"?

—"Smahli" y "Shukran".

—Pues le digo Smahli por lo del codazo y Shukran por su indulgencia.

—Estupendo. Lo pronuncia muy bien.

— ¿Otro caramelo?

Adel aceptó gustoso, engulló el bombón y preguntó:

—¿Va usted en misión o de vacaciones?

—Ambas cosas, para serle franca. Me han elogiado mucho su país y pienso descubrirlo por mi cuenta.

—Si quiere, tendré gran placer en ayudarle a visitar mi ciudad natal.

—Muy agradecida. Supongo que necesitaremos mucho tiempo…

—Por lo menos una semana para ver lo esencial.

 

Una azafata morena y sonriente se acercó e interrumpió su conversación, obsequiándoles con un suculento almuerzo y refrigerios.

 

La joven del brazalete y su acompañante, que habían ya alcanzado una íntima amistad, zamparon el pollo con arroz e insatisfechos, sacaron dos desbordantes bocadillos de sus respectivos bolsos de plástico y los devoraron también. El hombre del grosero bigote, que no dejaba de escudriñar a la embelesada madre, se dejó finalmente guiar por su impulso viril y la invitó a compartir unos deliciosos pasteles madrileños, como postre. La joven aceptó, mientras que un vivo candor se extendía por sus mejillas que muy pronto empezaron a sonrojarse. Hasta sus orejillas se enrojecieron, al declararle él que no permitiría nunca dejar viajar sola a una bellísima criatura como ella.

 

Cuando hubieron terminado de almorzar, les proyectaron una película que resultó ser de violencia. Aurora se disculpó para echarse un momento y Adel hizo lo mismo. La joven cerró los ojos e intentó dormir pero la imagen de Pedro irrumpió en su mente. Recordó que empezaron a reñir tras descubrir ella que la engañaba con otra mujer. El hombre empezó a emborracharse y a maltratarla, en vez de ser razonable. Finalmente hubo que acudir al juez. Se divorciaron. Al borde de una depresión nerviosa, Aurora fue luego a consultar a un psiquiatra que le aconsejó cambiar de vida, viajar y descubrir otros horizontes. “Sí. Viajar es morir un poco" —pensó. Sus ojos, aunque cerrados, no pudieron detener dos grandes lágrimas que brotaron y resbalaron por sus mejillas.

En aquel preciso instante, por cambiar el avión de trayectoria, los viajeros se sacudieron, Adel se irguió en su asiento y al mirar a Aurora descubrió que sus ojos estaban humedecidos.

—Si puedo hacer cualquier cosa —propuso, solícito, entregándole un clínex.

—Lo siento —contestó ella con voz temblorosa, como escapando de una pesadilla—, recordé cosas amargas de mi vida.

—A veces es bueno llorar para olvidar cosas.

—Las mujeres somos tan sensibles y débiles.

—Usted tiene todo para ser feliz en la vida: juventud, belleza, salud, carrera, inteligencia…

—Me engañó por otra mujer y no pude soportarlo... Creí que me quería.

—¡Qué curioso! —exclamó él, arqueando las cejas—, yo también acabo de tener una ruptura sentimental.

—¿Qué le pasó exactamente?

—Una historia banal y ordinaria. Me enamoré de una española que estudiaba conmigo y cuando pensamos casarnos, su familia se opuso categóricamente, por ser yo marroquí. Ella tuvo que elegir y prefirió a sus padres.

—Por incompatibilidad cultural, supongo.

—Sí. Creen que en Marruecos aún vivimos en la Edad Media.

—¡Qué barbaridad! Marruecos ha evolucionado bastante durante estos últimos años y es la mezcla de culturas que hasta ahora ha permitido que las civilizaciones progresen y se enriquezcan...

—Según comprendo, sus padres se oponen al matrimonio mixto.

—¿Y qué tiene de malo un matrimonio mixto? ¿Acaso en los demás matrimonios no hay divorcios, dramas y tragedias? No entiendo cómo puede una religión, una cultura o una nacionalidad separar a dos personas que se quieren de verdad.

—Aurora, le agradezco que me haya devuelto la confianza en la gente y en mí.

—¿Qué le parece si brindamos por los matrimonios mixtos? —inquirió ella, sacando una botella de zumo de melocotones y dos cubiletes.

—¡Genial!

 

En el asiento contiguo, el joven del pelo azabache y la bella del brazalete parecían absortos y sumidos en una conversación interesante. Ella hablaba con voz dulce y acariciadora. Él escuchaba con radiante júbilo. Súbitamente el hombre le acarició la mejilla con el dorso de la mano y ella le besó con ardor. En el asiento delantero, la joven madre y su compañero mantenían también una conversación entretenida y enternecida. Sus miradas eran ansiosas, solícitas y lánguidas. De pronto el hombre le colocó los rizos soltados detrás de sus orejas, le acarició la barbilla y sus bocas se unieron como atraídas por un imán invisible. Aurora y Adel sonrieron al ver que las dos parejas se comportaban como viejos enamorados. El hombre tenía ahora al bebé en sus brazos mientras que la madre le tarareaba en voz baja una canción de cuna para que se durmiera.

—Según los pocos fragmentos de conversación que he podido captar —aclaró Adel—, la joven madre acaba de divorciarse y vuelve a casa de sus padres. Su compañero le ha propuesto el matrimonio. En cuanto a la otra pareja, acaban de comprometerse informalmente y lo harán oficialmente cuando lleguen a Marrakech.

—¡Dios mío! —exclamó Aurora, atónita—. Con qué facilidad se cruzan ciertas vidas. ¡Qué fácil lograr la felicidad! ¿Suele ocurrir así en su cultura o es pura magia del cielo en que volamos?

—Ambas cosas. Idilio aéreo y encanto bereber —musitó él enigmáticamente, luego agregó, cambiando de tema—: ¿Qué le gustaría hacer mañana, para empezar?

—¡Uy! Muchas cosas. Y antes que nada, tomarme un baño cultural: comer platos vuestros, beberme ese té delicioso con hierbabuena, pintarme los ojos con khúl, tatuarme las manos y los pies con hena, comprarme estatuillas, vestirme con traje bereber y viajar por el sur profundo. En esto consiste mi reportaje etnográfico.

—¡Vaya programa! Tendré que avisar a mis hermanas para que la ayuden.

—¿Cree que al final me será posible aprender unas palabras en bereber?

—Por supuesto —apoyó él.

—Quisiera que me aclarara unos puntos. Es que me hago todo un lío: sois a la vez marroquíes, bereberes, árabes, musulmanes, moros, magrebíes...

—No es difícil entenderlo. Los árabes, tras convertirse al Islam, conquistan e islamizan Marruecos (palabra calcada sobre "Marrakech" y que significa "occidente"), antes habitado inicialmente por Imazighan (que significa "hombres libres") llamados "bereberes" por el invasor, a semejanza de los Griegos y romanos que llamaron "bárbaros" o aldeanos a sus protegidos. En cuanto a "moros", es una palabra que nos viene de nuestros vecinos mauros o Mauritanos con quienes tuvimos antiguamente lazos históricos, sin más. Por fin, la palabra " magrebí" es un adjetivo de "Magreb" (occidente también) región que abarca a los tres países que ya conoce.

—¿Cómo entró el Islam en el país?

—Difícilmente, tras setenta años de una lucha encarnecida. No a causa de la religión sino porque los primeros en invadirnos eran arrogantes, sectarios y poco convincentes. Anteriormente el país se había judaizado y cristianizado sin problemas. Somos por eso un país tolerante, pues junto a las mezquitas hay también iglesias y sinagogas.

—¿Y en cuanto al idioma bereber?

—Lingüísticamente, el bereber pertenece al grupo afro-asiático. Ahora se sabe que el proto bereber remonta a por lo menos 15.000 años A.D., muy anterior a las lenguas semitas y hieroglíficas y tiene muchos acentos y variantes. Los tres acentos más utilizados en Marruecos son el Tachelhit, Tamazight y el Tarifit.

—Bueno, tomaré notas en su debido tiempo. A ver, cómo se dice "yo quiero beber agua" en rifeño, es solo para escuchar los sonidos.

—Nash Jsagh adaswagh aman.

—¡Qué melodioso aunque difícil! Supongo que existe una gramática sistemática.

—Claro. La transcripción original se había perdido durante mucho tiempo, pero ahora se ha recuperado e incluso se enseña en las escuelas. Antiguamente el idioma se transcribía en púnico, luego en latín, en romano y ahora, indiferentemente en tifinagh o en cualquier lengua internacional.

—¿Y en cuanto a las etnias?

—Marruecos es un país de grupos multiétnicos con una rica cultura y civilización. A lo largo de su historia, ha recibido visitantes tanto del este (fenicios, judíos y árabes), del sur (Moros y habitantes de África Subsahariana) como del norte (romanos y vándalos), quienes han marcado la estructura social de Marruecos. Cada región posee sus propias características, contribuyendo a la cultura nacional. Marruecos ha establecido entre sus principales prioridades la protección de su diversidad y la preservación de su patrimonio cultural.

—Un país multicultural y tolerante, desde luego. Lo sé por las películas hollywoodianas que por aquí se ruedan…

—Sí. Muchos directores extranjeros se han visto seducidos por la belleza y la magia de Marruecos. Después de Louis Lumière, Orson Welles filmó su versión de Otelo. La película ganó el premio Palma Dorada en el Festival de Cannes. En 1955, Alfred Hitchcock dirigió la película The Man Who Knew Too Much mientras que David Lean realizó Lawrence de Arabia en 1962. Especialmente, Aït Benhaddou ha sido utilizado como escenario de estas películas. Y ahora Ouarzazate es el Hollywood de Marruecos.

—Muy interesante, desde luego. Bueno, me gustaría descubrir algunas ciudades de su elección.

—Le haré visitar, si tiene tiempo, las siete maravillas del país, lugares declarados como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

—¿Por ejemplo?

—Fez, sede de la universidad más antigua del mundo. La ciudad fue fundada en el siglo IX y alcanzó su apogeo bajo la dinastía de los Merínidas en los siglos XIII y XIV, cuando suplantó a Marrakech como capital del reino. Le enseñaré los principales monumentos de su medina. Un día es suficiente para verlo todo.

»La Koutoubia de Marrakech, fundada en 1070 por los Almorávides. Fue durante mucho tiempo un importante centro político, económico y cultural del Occidente musulmán, con una gran influencia en todo el norte de África y Andalucía.

»Bab Mansour de Meknes, fundada con fines militares en el siglo XI por los Almorávides. Mequínez fue la capital del reino en tiempos del sultán Muley Ismael, fundador de la dinastía alauita. Este soberano construyó una impresionante ciudad de estilo hispano-morisco, rodeándola de altas murallas, jalonadas de puertas monumentales, que muestran todavía hoy la armoniosa fusión del estilo arquitectónico islámico con el europeo en el Magreb del siglo XVII.

»El Arco de Triunfo de Volubilis. Fundada en el siglo III a.C., la ciudad, capital de la Mauritania Tingitana, fue un importante puesto militar del Imperio Romano en el que se erigieron múltiples y bellos monumento.

»Essaouira (antigua Mogador) es un ejemplo excepcional de plaza fuerte de finales del siglo XVIII.

»Mazagán, una villa portuguesa de El-Yadida, situada a pocos kilómetros de Casablanca. Este fuerte colonial construido por los portugueses a principios del siglo XVI en la costa del Atlántico fue tomado por los marroquíes en 1769. Sus bastiones y murallas constituyen uno de los ejemplos más tempranos de la arquitectura militar renacentista. Entre los edificios portugueses aún en pie figuran la cisterna y la iglesia de la Asunción, construida en estilo manuelino, gótico tardío. Necesitamos varios días para sacar fotos. Y para terminar, visitar luego la gran mezquita Hasán II de Casablanca.

—Tengo muchas fotos de Mazagán (¡suena a mazapán!) y la verdad me hace mucha ilusión pasar allí una tarde. Veo que tengo a un profesor de bereber y de historia también. Mi deuda es grande.

—Le enseñaré cosas con mucho gusto. Nada de deudas. Es un placer.

—Pues muy agradecida. Habrá ciudades por visitar, durante el itinerario.

—Sí. Rabat y Sefrú. La Kasbah de los Oudayas está en Rabat. La ciudad es producto de una simbiosis fecunda de la tradición árabe-musulmana y del modernismo occidental. El sitio inscrito en la lista del Patrimonio Mundial abarca la llamada “ciudad nueva”, proyectada y construida en tiempos del protectorado francés, y también algunas zonas más antiguas del casco urbano que datan del siglo XII en algunos casos.

—¡Vaya! Pero necesitaré muchos días para visitar todo esto.

—Y toda la vida, si hace falta.

—Me hace mucha ilusión, sobre todo en su compañía.

—Podemos tutearnos.

—Vale, Adel, en tu compañía. Pero creo que te he tuteado ya sin darme cuenta.

—Gracias. Te encantará la Fiesta de las cerezas de Sefrú, ya que estamos en junio. En este mes los vecinos de la ciudad celebran durante tres días la belleza natural y la riqueza cultural de su comarca, simbolizadas por la cereza y la elección de la nueva Reina de las Cerezas del año, elegida después de un concurso que atrae a numerosas candidatas de la región y de todo Marruecos.

—¿Me podré vestir de Reina de las Cerezas?

—Por supuesto. Te compraremos el caftán. Espero que no se enfade la electa ya que tú eres más hermosa.

—Gracias, Adel. Tu narración es tan visual… Es como si estuviera realmente en estos lugares maravillosos que acabas de citar.

—Gracias. El elemento más destacado de la fiesta es el desfile en el que participan compañías teatrales, orquestas de música rurales y urbanas, charangas y carrozas que muestran los productos locales. En medio de todas ellas, la Reina de la Fiesta, engalanada con sus mejores atavíos y rodeada por su séquito, va ofreciendo cerezas al público. Toda la población de Sefrú contribuye con sus esfuerzos al éxito de la fiesta: las mujeres fabrican artesanalmente botones de seda para los trajes típicos, los arboricultores proveen las cerezas, los clubs deportivos locales participan en las competiciones y las agrupaciones musicales y de baile animan todos los festejos y las…

 

Adel se interrumpió de repente. El avión empezó súbitamente a perder altitud y los viajeros pudieron gradualmente vislumbrar las primeras palmeras, el color rojizo del relieve y la vegetación propia a la ciudad eterna. Aurora se inclinó hacia la derecha, deshizo su moño y echó la cabeza atrás. Sacó del bolso un pequeño espejo y se retocó los labios, pintados ligeramente de rosa. Luego sacó un perfumador y se aplicó unas gotitas detrás de las orejas. Percibió por el rabillo del ojo que Adel la estaba desnudando con la mirada. Su cabellera rubia exhaló una fragancia embriagadora que no dejó indiferente al joven. Una sensación de felicidad pareció reflejarse en sus facciones que no escapó a las miradas sagaces de la pareja que ocupaba el asiento contiguo. Los dos enamorados le lanzaron una sonrisa cómplice de aprobación y simpatía. Por su parte, Aurora les devolvió la sonrisa, al mismo tiempo que intentaba analizar sus propios confusos sentimientos.

 

Curioso destino el suyo. Se creía desgraciada. Pensó que viajar era olvidar desdichas y morirse un poco. Creyó que nunca encontraría la felicidad. Sintió de repente una profunda sensación de triunfo. Había huido de aquella tenebrosa historia, de aquella insoportable niebla, para encontrarse con la luz… Comprendió que el hombre que la acompañaba ahora la atraía irresistiblemente. La embargó súbitamente una sensación de euforia nunca experimentada antes. Sintió que debía besarle. Tenía que hacerlo. En su movimiento, dejó caer deliberadamente el capullo de rosa, que tenía en el ojal de la solapa, sobre las rodillas de Adel. Este se agachó, aún aturdido por la fragancia de la joven, para recogerlo, aspiró su aroma y al erguirse sus rostros se rozaron, como ella había planeado.

 

—Adel, yo… No puedo hablar. Estoy embrujada… —le susurró con un mohín muy cerca de sus labios.

Entonces él le rodeó la nuca con la mano y la atrajo hacia sí. La besó con frenesí, deslumbrado. Le correspondió ella con arrebato y total abandono, entregándose cuerpo y alma.

 

—¡Contigo ahora todo va a ser mágico! —susurró él, luego miró por la ventanilla y añadió—: Ya llegamos. Bienvenida a tu nueva casa.

—Gracias, cariño —murmuró ella, acariciándole la cara con el dorso de los nudillos, la sonrisa lasciva—, mi aire, mi amor aéreo.

 

 

Y se besaron de nuevo locamente, sin importarles las miradas de desaprobación de los viajeros ni los estrepitosos chirridos de los neumáticos del avión al aterrizar.

 

 

FIN

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Published on e-Stories.org on 12.05.2019.

 
 

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