Luis Alberto Serrano

SUEÑOS ROTOS

     Carolina estaba muy nerviosa. Desde niña había soñado con actuar en grandes teatros. Pero este no era ni grande ni pequeño. Este había trascendido, ya, esa escala. Estaba a punto de salir al escenario del Madison Square Garden de Nueva York. Es una pena que el despertador no la dejara “debutar”. Decepcionada, decidió darse media vuelta y dormir un poco más para, por lo menos, verse cantando una canción en tan mítico espacio aunque fuera en su imaginación. No hubo manera. Sus problemas no le permitieron dormir de nuevo y no volvió a verse frente al público que aplaudía entisiasmado.

 

            Como de costumbre, se levantó dando tumbos. No saludó a su madre a la que ya ni molestaban sus desaires. Se puso un café para ver si cogía un poco de consciencia. Tenía que aprenderse diez canciones en menos de 5 días y, eso, la tenía muy nerviosa. La razón es que se había dejado ir y había prometido cantar, como cada año, en el cumpleaños de su prima. Pero, como siempre que se deja el trabajo para lo último, luego vienen las prisas y, en este caso, las presiones. Aun así, toda la familia sabía que la niña quería ser cantante y la animaban y apoyaban en todo lo que podían. De hecho, era la princesa de su primo Luis que cada vez que actuaba la escuchaba con los ojos cargados de amor. El joven la soñaba todas las noches aunque en sus sueños nunca apareciera cantando.

 

            Se puso de frente a esas diez canciones y se dispuso a memorizar la letra primero y luego a cantarlas encima de las originales. Una de las cosas que más la incomodaban era que, además, no le gustaban. No era el estilo que ella quería interpretar pero era ”cantar eso o no cantar”. Ella siempre creyó que su talento estaba por encima de muchas de las cantantes que estaban triunfando y no sabía cómo hacer para demostrárselo al mundo, pero sabía que llegaría su oportunidad. No se imaginan como odiaba a las cantantes de éxito por estar ocupando un puesto que ella creía que merecía mucho más que ellas.

 

            La fiesta de cumpleaños estaba concurrida. Su familia no era de alta alcurnia, pero habían hecho mucho dinero con lucrativos negocios textiles. Todos sabemos que el dinero atrae a una gran cantidad de amigos si haces fiestas para ellos. Mucha comida, muchos regalos y llegó la hora de las actuaciones antes de partir la tarta. Como en su sueño, Carolina estaba nerviosa. Salió al escenario y no sonaba el playback que se supone que tenía que estar preparado desde hace rato. El operador del sonido no tenía claro que estaba apretando mal para que no estuviera sonando la música hasta que se dio cuenta de que alguien había metido el CD al revés.  Se formó un tenso y ridículo silencio en el que ella, desde el escenario con el micrófono en la mano, miraba al público sin saber que hacer. No tenía tablas suficientes para ponerse a hablar o rellenar el espacio tan vació. Lo hubiera solventado saludando al público o presentando sus canciones, pero no. No supo. Hasta que el operario no logró conectar bien la música no arrancó y el espacio fue tan largo que rozó el bochorno.

 

            Luis, el primo, quería morirse por dos razones. La primera, por la vergüenza que sentía por su encubierta amada, sintiendo el rubor rojizo que ella mostraba en el escenario. Y lo que era peor, porque ese día le había pedido que asistiera a Rubén, un amigo de la época del instituto. Pensó que podía ser el ideal para ella porque su padre era directivo de una pequeña compañía de distribución discográfica. Y así estaba la situación. Un posible trampolín para su carrera en la sala y ella ahí parada en el escenario muda y demostrando que las que triunfan lo hacen por algo más que tener una voz bonita.

 

            Pero todo cambió cuando empezó a cantar. Su voz era potente y bien entonada. Y, por encima, había algo que le daba más valor: era auténtica. Esa voz sonaba a ella. No sonaba a otra. Tenía un algo diferente que la hacía personal y mágica. Si a ello le unimos lo guapa se entiende que acabara por seducir también a Rubén, que decidió que tenía que presentársela a su padre.

 

            Pasaron unas semanas hasta que recibió una llamada. Aunque su primo ya se lo había avanzado, por fin la convocaron a una audición en Discos Marea, una filial de Sol Records. Hoy era su primer día en un estudio de grabación y parecía desubicada. Se notaba, a la legua, que era una novata. Pero con su belleza y su sonrisa logró que el ambiente fuera distendido. Había tres personas evaluándola y le dejaron seleccionar a ella la canción de entre los cientos de partituras que le mostró el músico que la acompañaría al piano. Supo hacer bien la elección porque pudo demostrar su técnica vocal y su capacidad para captar la atención con esa balada “in crescendo”.

 

            Lo bordó. Los  tres coincidían en que se le podía sacar mucho rendimiento a esa voz aunque el director musical alertó a Don Alfredo, el padre de Rubén y director de la compañía. Le recordó lo difícil que es tratar con niñas que tienen buena voz pero poco talento. Ya habían tenido experiencias anteriores de cantantes que cuando se suben a dos escenarios y ponen al público en pié se creen que son las estrella más grandes del firmamento y empiezan con los caprichos. Pero la sensación del director de que la chica pudiera tener un romance con su hijo pudo más. ¡Contratada!, ¡No se hable más!.

 

            Un par de meses de apoyo por profesionales y ensayos diarios con una banda en directo, terminaron por pulir un poco ese diamante en bruto. Un repertorio de poco más de una hora era con lo que iban a salir a recorrer las ciudades más cercanas a modo de prueba. Se había llegado a un nivel bastante alto y había que celebrarlo. Con una apuesta fuerte por la chica, se eligieron buenos músicos para ella de lo mejor que había en la casa. Don Alfredo puso carne en el asador suficiente para que triunfara y contentar a su único hijo. Antes de la gira, y como en lógico, se lanzó al mercado su primer disco.

 

            Por su lado, los jóvenes iban viéndose y mantuvieron un romance más o menos oculto. Aunque todos lo sabían, ellos en público mantenían las distancias. La chica no quería que la gente dijera que la habían contratado porque se había enrollado al hijo del jefe. Pero todos decían, a sus espaldas, “que la habían contratado porque se había enrollado con el hijo del jefe”. El padre lo sabía y lo fomentaba. Poderoso caballero Don Dinero. Él sabía que estaba comprando la felicidad de su hijo.

 

            Llegaron los conciertos, los aplausos. La función sonaba de maravilla. Carolina ya no soñaba con actuar en el Madison Square Garden. Ella ya se veía actuando allí, incluso despierta. La primera minigira fueron diez ciudades, diez éxitos. Tras esta llegaría una segunda con muchas ciudades más y, cada vez, más lejos.

 

            Al año siguiente, su familia, como todos los años, le pidió que actuara en el cumpleaños de su prima donde lo había los cuatro años anteriores. Aduciendo que su garganta estaba dañada, declinó la invitación. Su padre, que escuchó la conversación por teléfono, le dijo que no estaba bien lo que había hecho. Su familia siempre la había apoyado y gracias a ese cumpleaños, ahora está donde está. Pero ella no quería caminar hacia atrás y verse de nuevo ante un público que le da igual si el micrófono suena bien o suena a lata. Su madre intercedió para que se lo pensara y aceptara. Pero nada de nada. A pesar de saber que decepcionaría a su prima, ella no se iba “a rebajar a cantar con un sonido pésimo y con la música lanzada por un inepto que seguro que tiene dos manos izquierdas”. Los llantos de la madre acabaron la conversación y con Carolina saliendo dando un portazo.

 

Un día no acudió al ensayo. Nadie sabía dónde estaba. Hubo que localizar a Rubén para que llamara a los padres de la joven a ver si ellos sabían algo. Éstos, se extrañaron de que ella no le hubiera contado a su novio que se iba de viaje.

 

            Después de mucho tiempo que no la veía, se fue a visitar a una amiga a Londres. Como ya le había adelantado por Facebook, estarían juntas una semana y aprovecharía el tiempo para buscar una discográfica allí. No es que no estuviera a gusto en Discos Marea, pero ella estaba preparada para algo más. Después de treinta funciones, los teatros de quinientas butacas se le hacían pequeños. Ella quería más. Su amiga Esther la ayudó a ir a las reuniones con programadores musicales. Aunque ella no tenía que ver con el mundillo de los artistas pero si era buena para poderla llevar y traer y traducirle algo que no entendiera, llegado el caso. Al final volvió a casa sin conseguir ninguna audición pero, en algunas productoras, quedaron en avisarla si surgía alguna posibilidad.

 

            Don Alfredo se sentó a hablar con su hijo claramente. Él joven le reconoció que se sintió muy atraído por ella y que estuvo muy enamorado. Le afirmó que su sonrisa, su voz, su forma de hablar, todo en ella era adorable. Pero tuvo que reconocer que cuando la empezó a conocer fue vaciándose todo tipo de sentimientos hacia ella. Bueno, más que desinflarse, lo que habían hecho era transformarse. Lo que era admiración ahora es desprecio y la afinidad es antipatía. Terminó confesando que esa semana que ella se había ido a Londres había sido una liberación para él.

 

            Antes del siguiente ensayo, hay reunión de urgencia. Don Alfredo y el director musical citaron al despacho a Carolina. Le recriminaron su actitud y ella, lejos de pedir disculpas, les contó que una discográfica inglesa estaba interesada en su voz y una osible participación en un Festival Internacional. Con este farol, pretendía conseguir que su mentor apostara más fuerte por su talento y la valoraran más para no dejarla escapar. Robert, que llevaba más de 20 años trabajando en la industria miró a don Alfredo. Los dos sabían que se estaba que quería jugarse una carta falsa y se sonrieron mutuamente ante tal osadía. Don Alfredo entendió la mirada de su ayudante como un odioso: “te lo dije”.

 

            Con toda la calma del que ve la jugada con antelación decidió hacerla sufrir. Le preguntó que cuando pensaba irse. Robert comentó que tenían como treinta funciones confirmadas durante el siguiente año. Ella, con la sonrisa en la boca, les dijo que cumpliría las funciones programadas y que luego ella decidiría. Un jefe, si es sabio, siempre tiene un comodín debajo la manga para usar en casos extremos. Le pregunto a Robert, cuantos contratos de esos se podrían suprimir sin perjuicio para la compañía. Él, compinchado, le contestó que todos menos cinco. La sonrisa que lucía Carolina se le traspasó a la de Don Alfredo que la dejó seria y preocupada de golpe.

 

            Se levantó en la mesa y puso el rictus serio. “Os diré lo que vamos a hacer. Vamos a suprimir todos tus conciertos. Solo haremos esos cinco y los demás los cancelamos. Luego tú te vas a Londres y cuando saques un disco con tu nueva discográfica, yo seré el primero que voy a comprar una copia que espero que me la dediques con buenas palabras”. Ella era de las que consideran que la mejor defensa es un buen ataque. No he visto yo mayor error, que ese, en esta vida. Lejos de darse por perdida, atacó. “Pues no. Si no hago esos treinta, digo que me pongo mala y no hago los otros cinco. Ustedes pierden”.

 

            Don Alfredo era perro viejo. No por la edad si no por las experiencias. Sabía que ella le saldría con eso. Es un motivo recurrente en las cantantes que querían extorsionarle. Hizo una llamada de teléfono. Pidió presupuesto a su agente de publicidad de cuánto costaría contar en la prensa que Carolina dejaba, por un tiempo, los escenarios porque su representante estaba harto de sus excentricidades. 600 euros, contestó. Eso es una minucia, argumentó contento el jefazo. Carolina vio que la estaban extorsionando sin escrúpulos. Los mismos escrúpulos que había tenido ella: ninguno.

 

Accedieron hacer esos cinco conciertos y romper el contrato. Que ingrato es el mundo de la música que vive de extorsiones. Lo que pasa que cada uno tiene las armas durante un tiempo y luego pasan a las manos del adversario. Por supuesto, a estas alturas de la película Rubén ya no quería saber nada de ella y su padre respiró tranquilo por ello.

 

Un año después ya no estaba nerviosa, estaba triste. Iba a cantar en el cumpleaños de su prima. Ya no era la misma. Ya no tenía la sonrisa, ya no transmitía vitalidad y, sobre todo, ya no tenía a su primo Luis mirando abobado su actuación. De hecho, estaba tan entusiasmado con la conversación de la hermana de su cuñado que ni reparó de que su antigua amada estaba cantando la canción que antes tanto le gustaba.
 

[ FIN ]


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Published on e-Stories.org on 15.03.2017.

 
 

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