Ana Lía Rodríguez Alcalde

No mujer, no llores

¿Recuerdas mi amor cuando corríamos delante de los grises? ¡Qué mamporrazos más fuertes! El otro día le contaste a Pepe la vez que repartiste octavillas con el seiscientos de tu padre con la rueda pinchada. ¡No tienes vergüenza! Ese día te pegaron todos en casa y no me extraña porque a tu madre casi la dió un ataque cuando llamó la policía a su puerta. ¿Cómo se te ocurrió esconderte en esa casa en ruínas? Con lo que llovía y tú con tus zapatillas de verano. ¡Vaya gripazo agarraste! Siempre fuiste un loco temerario. Nunca entendí cómo no acabaste en la cárcel. Es que estuvo Pepe aquí y lo estuvimos hablando. Le sorprendió mucho.

También me acuerdo del olor a salitre de nuestro viaje. ¡Qué bonito es el mediterráneo! Todas las tardes lo miro y ningún atardecer consigo ver el rayo verde. A veces pienso que aquel día te burlaste de mí.

Te escribo esta carta porque hoy no he podido evitar romper a llorar y no estabas para abrazarme. Vinieron Luis y su mujer. Me sigue pareciendo una pécora pero al menos trajeron al niño. Como se fueron a la playa me quedé con Luisito. Le dejé un instante en la cochera mientras hacía la merienda. Cuando regresé había tirado toda su ropa por ahí y estaba jugando con la manguera, empapado. Sois idénticos. No pude regañarle porque me miró de esa forma con la que tú me miras cuando pasa algo malo. Esa mirada tan entrañable hizo que lo mandara a pensar en su trastada a la habitación. Regresé a recoger la ropa. Fuí agarrando cada prenda hasta llegar al charco. Ví las zapatillas y juraría que estabas en el reflejo. No puedo con esto.

Conserva esta carta y podrás releerla cuando quieras para ver que tu hijo te perdonó, que tu nieto te echa de menos y para que recuerdes que te amo con locura. Sé que no admites cosas así pero he decidido colocar esta carta a tu lado y que os cremen juntos para que puedas llevarla siempre contigo.

Eternamente tuya, Leonor.

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Published on e-Stories.org on 09.09.2014.

 
 

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