Gabriela Gómez Miranda

Asesino Cerial

  Durante los primeros meses nadie se imaginaba que hubiera un asesino en serie andando por las calles de la Ciudad de México. No fue hasta la muerte del señor Carlo Salim que empezaron las sospechas. El señor Salim era no sólo un buen amigo del mismísimo Presidente, era también el hombre más rico del país. Su muerte parecía ser un extraño accidente o quizás un suicidio, pero aún así se decidió que lo mejor sería poner a uno de los mejores inspectores de la Ciudad de México en la investigación. Así fue como llegó Julián Olvera a la casa del señor Salim en la mañana del primero de junio.
 
  Había sido una semana especialmente calurosa, la temporada de lluvias llevaba ya un mes de retraso y no parecía que fuera a empezar pronto. El inspector Olvera llegó a la gran mansión en las Lomas y no pudo evitar admirarse con la opulencia del lugar. No sólo era el tamaño del terreno, el cual era enorme, sino que toda la construcción y los jardines eran simplemente majestuosos. Julián estaba anonado por el buen gusto que tenía el señor Salim, ¿o tal vez su diseñador? Toda la parte frontal de la casa era de mármol con ciertos bordes cubiertos en oro, incluso las flechas de los pequeños cupidos que lo observaban desde cada esquina de la construcción parecían ser de oro sólido. A lo largo de la extensa entrada había admirado desde su coche todas las estatuas de hombres y mujeres desnudos con cuerpos majestuosamente esculpidos. Julián nunca había ido a Europa, pero se imaginaba que los templos de los grandes dioses de la antigüedad debían ser algo parecidos a ésta hermosa mansión.
 
   Nada más cruzar la puerta de la entrada, Julián se vio sofocado por el olor a podredumbre. Según el informe, el señor Salim llevaba menos de dos días muerto, pero Julián sabía por experiencia que con el calor la descomposición ocurría más rápido. Había leído la documentación en el camino y en su opinión todo apuntaba a que esto fuera un suicidio excéntrico y nada más. Sobre el señor Salim no sabía mucho. Sabía que era un ingeniero químico, aunque hacía años que no trabajaba como tal. Sabía que tenía varias compañías, siendo la más grande una conocida tienda departamental a nivel mundial. Sabía que había enviudado unos años antes y que tenía una hija de veintitrés años llamada Gema.
 
  Al hacerse camino hacia la cocina, en donde se encontraba el cuerpo, Julián pudo notar que las paredes estaban completamente cubiertas de hermosas obras de arte. Un cuadro en especial había llamado su atención, se trataba de un retrato del difunto señor Salim sentado en un trono morado con bordes de oro, parada a su lado se encontraba su hija, Gema. El señor Salim era un hombre de unos cincuenta y tantos años, con cara redonda, ojos pequeños color miel y cuerpo de luchador de zumo. La hija, en cambio, era una mujer joven, delgada, y sin duda la más hermosa que Julián hubiera visto en su vida. Julián, a sus 36 años, no era un hombre joven, ni tampoco especialmente guapo, pero le iba bastante bien con las mujeres. Aún así, sabía que el jamás podría aspirar a estar con una mujer tan hermosa.
 
  Se forzó a sí mismo a dejar de mirar ése bello rostro y se encaminó a la gigantesca cocina de portada de revista. Al entrar, Julián no pudo evitar pensar en su pequeña cocineta, en su pequeño departamento en la colonia Doctores, en donde desafortunadamente no tenía muchos utensilios de cocina, pero tampoco contaba con mucha variedad de comida que cocinar. Disfrutaba el cocinar más que la mayoría de los hombres, pero no había mucho que hacer con su sueldo de inspector.
 
  “Bueno, Julián, hasta que nos dignas con tu presencia,” dijo el doctor Antonio Becco, un hombre alto de piel morena y ojos claros conocido por su gran condición física y su latente homosexualidad. A Julián nunca le había molestado esto, Toño era un gran médico forense y un buen amigo.
 
“Hola Toño, ¿qué tenemos aquí?,”  dijo Julián. Había estado tan inmerso en la indiscutible riqueza del difunto señor Salim, que no había puesto atención al enorme cuerpo sentado en el centro del cuarto con su cara sumida en un tazón de cereal. La imagen era casi caricaturesca: un hombre obeso en sus cincuentas, sus manos sobre la mesa  con un ostentoso Rolex de oro asomándose por debajo de la bata de seda, mientras a su alrededor se veían charcos de leche derramada, pequeños malvaviscos de colores y pedazos de cereal. Por la caja sobre la mesa, Julián pudo notar que la última comida del señor Salim habían sido Lucky Charms. No era exactamente el suicido más regular, en especial para un hombre adinerado de cincuenta y tantos años. Julián hubiera apostado que Salim optara por un tiro a la cabeza, nunca un cereal azucarado con un hombrecillo vestido de verde en la caja.
 
  “Bueno, inspector Olvera,” contestó el Dr. Becco, interrumpiendo los pensamientos de Julián. “La causa de muerte es asfixia y a juzgar por la rigidez del cuerpo y el nivel de descomposición, tomando en cuenta el infernal calor que ha estado haciendo, yo diría que tiene aproximadamente cuarenta y ocho horas de muerto. No voy a saber nada más hasta que lo tenga en la morgue.”
 
  “Gracias Toño, si quieres ya empaca tus cosas y vete a la morgue, yo voy a dar una vuelta por la casa y te alcanzo allá en un rato.” Dijo Julián, echando un último vistazo al obeso hombre pudriéndose enfrente de él.
 
  Lentamente, Julián se encaminó hacia los dormitorios en el segundo piso. Cuando estaba subiendo las escaleras no pudo evitar ver de nuevo el enorme retrato familiar. Estando más cerca podía notar más detalles de la pintura. El señor Salim, con su cabello completamente blanco y sus pequeños ojos, daba la impresión de que el hombre nunca había sonreído en su vida y junto a él se encontraba la mujer más hermosa que Julián jamás había visto. Tenía bellísimos chinos color cobre, piel de porcelana y ojos tan verdes que parecían brillar a través del óleo. Julián seguía absorto en éstos ojos cuando una puerta se abrió al final de las escaleras.
 
  “Mi padre mandó a hacer ése retrato hace tres meses, como regalo de cumpleaños para mi.” Julián volteó para encontrarse de frente con ésa bellísima mujer. Usaba  un vestido negro y sus ojos estaban llenos de lágrimas, el rimel corriendo por sus mejillas. Julián no podía apartar la mirada. “Yo siempre me quejaba de que no pasábamos suficiente tiempo juntos y nunca lo veía, el dijo que de ésta forma siempre lo tendría en casa.”
 
  “¿Se encuentra bien?,” le preguntó a Julián, al notar que no había contestado por varios minutos y que la estaba mirando de una manera a la que Gema ya  estaba acostumbrada. Sabía que era hermosa, siempre se lo habían dicho, y no era extraño que los hombres se quedaran boquiabiertos al verla por primera vez. Le esbozó una leve sonrisa de comprensión.
 
  “Si, estoy bien, disculpe,” dijo Julián, apartando su mirada de ésos ojos y volteando a ver las notas en su pequeño cuaderno. “Soy el inspector Olvera. Tengo unas preguntas para usté si no le importa, señorita Salim.”
 
  “Adelante, quiero ayudar en todo lo que pueda” Mientras decía esto, Gema pensaba en lo simpático que parecía el inspector. Se le hacía extremadamente tierna la forma en que éste hombre la miraba como si fuera algún premio inalcanzable.
 
 “Dígame, señorita Salim, ¿su padre viajaba mucho por negocios?”
 
  “Pues si, mi papá tenía negocios en todo el mundo, por lo que era extraño que estuviera en casa. Por favor, inspector, llámeme Gema.”
 
  “De acuerdo, Gema, siento tener que preguntar esto, pero ¿sabes si tu padre sufría de depresión o tenía alguna razón para estar más preocupado de lo habitual?”
 
  “El estado normal de mi papá era preocupado, es por eso que nunca me he ido a vivir fuera de casa, para cuidarlo. Estaba preocupada por su salud. Pero, sin importar qué problema tuviera en el trabajo, mi papá era un hombre contento con su vida. Jamás hubiera hecho algo así, no me dejaría sola. Por favor, inspector Olvera, manténgame al tanto del caso de mi padre, y dígame si hay algo en lo que pueda ayudar.” Cuando dijo esto las lágrimas volvieron a llenar sus ojos, dejando nuevas gotas negras caer de ésos intensos ojos verdes. Se veía hermosa y extremadamente frágil. Julián sólo podía pensar en abrazarla y confortarla. Debía ayudarla, de cualquier forma posible. No había nada que pudiera hacer por ella en ése momento sin parecer poco profesional, así que se limitó a decirle:
 
  “Gema, siento mucho tu pérdida. Te dejo mi tarjeta, por favor háblame si necesitas algo. Probablemente vaya a tener que hacerte más preguntas a lo largo de la investigación. Quiero que sepas que voy a hacer todo lo posible por averiguar qué le pasó a tu papá.” Gema tomó la tarjeta, lo miró a los ojos mientras hacía un gesto de afirmación y agradecimiento con la cabeza. Dio media vuelta y desapareció dentro del cuarto de donde había salido.  
 
  Unas horas después Julián llegó a la morgue, justo cuando Toño estaba terminando la autopsia.
 
  “Toño, veo que ya acabastes.”  Dijo Julián al aproximarse a la mesa donde se encontraba el cuerpo del señor Salim.  “¿Tienes algo más que agregar a tu reporte inicial?”
 
  “De hecho sí, Julián. Éste es un caso sumamente extraño.” Respondió Toño. Tomó de su escritorio un fólder y se lo dio al inspector. Parecía consternado. “Mandé analizar la sangre y resulta que tiene tres veces la dosis recomendada de diazepam, una medicina para dormir, que ingirió entre 2 y 3 horas antes de morir. Me pareció algo extraño que hubiera tomado pastillas para dormir con su desayuno, pero después de ver los contenidos estomacales pude notar que no había vestigio físico de las pastillas. Lo único en su estómago era leche y pedazos de cereal que aún no había digerido. Así que, analicé la leche y encontré que en ella había rastros de ésta droga. Debe de haber sido molida y mezclada con la leche. ”
 
  En ése momento Toño hizo una pausa, volteó a todos lados para asegurarse que no hubiera nadie escuchando y prosiguió: “Si hubiera sido un accidente como pensábamos al principio, no habría razón para que el señor Salim moliera la droga. Si, por otra parte, hubiera sido un suicidio, tendría que haber ingerido una mayor cantidad de pastillas para que fuera fatal y, de nuevo, no habría razón para molerlas.”
 
 Julián lo miró perplejo. “¿Qué estás diciendo Toño? ¿Crees que alguien asesinó al señor Salim? ¿Por qué lo haría de ésa forma? ¿Para qué darle pastillas para dormir y esperar a que se ahogara con su cerial matutino?”
 
 “Tú eres el inspector Julián, no yo, pero sí te digo que en mi informe estoy declarándolo muerte sospechosa.”
 
  “Disculpen la interrupción caballeros.” Voltearon Julian y Toño para encontrarse con un hombre alto, de cuarenta y tantos años, vestido en un elegante traje y bata de médico. “Dr. Becco, que gusto volver a verlo,” dijo a Toño con un tono sarcástico, sin apartar su mirada de Julián. “Usted debe ser el inspector Olvera, he escuchado cosas muy buenas de su trabajo. Yo soy el Dr. Mayer y soy el Supervisor Médico General. Siendo éste caso de tan alto perfil, voy a estar supervisándolo personalmente.”
 
  “Mucho gusto Dr. Mayer. Justo estaba diciéndome el Dr. Becco que va a declarar el caso del señor Salim como muerte sospechosa.  Inmediatamente me voy a poner a trabajar para averiguar quién pudo tener motivo para matarlo,” dijo Julián, volteándose para salir. Había algo en el doctor que simplemente no le gustaba.
 
  “Me parece excelente inspector, pero antes de que se vaya hay algo que quisiera mostrarle.” Le entregó una serie de documentos. “Éstos son otros tres casos que encontré en los que alguien ha muerto ahogado en un plato de cereal. El más antiguo es de hace dos meses. Todos han sido declarados muertes accidentales o suicidios. Pensé que tal vez podría haber una conexión. Espero que le sean útiles y si necesita algo, no dude en llamarme.” Julián recibió la tarjeta que le estaba entregando el Dr. Mayer, pero no podía levantar la vista de los documentos que tenía frente a él. Asintió con la cabeza, murmuró algo parecido a un agradecimiento y salió del cuarto de autopsias.
 
  En el trayecto de la morgue a su casa, Julián no podía dejar de repasar la nueva información en su cabeza. De los tres reportes que había recibido del Dr. Mayer, sólo en dos habían hecho pruebas de sangre. Los resultados eran los mismos en ambos: una alta dosis de diazepam, exactamente tres veces lo recomendado. Estos dos casos eran los que habían sido declarados suicidios. Los tres difuntos no parecían tener nada en común.
 
  El primero había sido un señor de 55 años llamado Jorge Espíndola, que era dueño de un lugar de fotocopiado en la colonia Doctores. El segundo era un joven de 28 años llamado Mauricio Rodríguez, que tenía un puesto alto en una empresa farmacéutica con su sede en Santa Fe. El tercer caso era el más desconcertante. Se trataba de una mujer de 48 años llamada Daniela Linares, un ama de casa y madre soltera que llevaba más de treinta años sin trabajar. Ésta era la única que tenía una relación con el caso del señor Salim. El último trabajo de la mujer, treinta y dos años antes, había sido como su secretaria, sin embargo la mujer seguía depositando cada semana dinero en su cuenta bancaria. Julián repasó toda ésta información en su cabeza. Para cuando llegó a su casa, tenía completamente claro que ninguna de estas extrañas muertes se trataba de un suicidio o un accidente.
 
  Los días siguientes Julián los pasó entrevistando a las familias de las víctimas anteriores.  De los primeros dos casos no encontró ninguna otra información significativa. Dejó la familia de la señora Linares hasta el final. Al llegar al departamento en la colonia Doctores en donde vivía la señora, no muy lejos de su propio departamento, fue su hijo, Sergio, el que lo recibió en la puerta.
 
  “¿Es usted Sergio Linares?,” preguntó Julián.
 
  “Si, soy yo,” contestó Sergio. Tenía 31 años, aunque siempre le decían que parecía de menos por su cara de bebé. Era alto, aproximadamente un metro ochenta, con piel morena clara, cabello café oscuro y ojos miel.
 
  “Yo soy el inspector Julián Olvera, estoy a cargo del caso de su madre, ¿puedo pasar a hacerle algunas preguntas?”  Sergio asintió con la cabeza y lo encaminó a la sala. Julián pudo observar que había fotografías de él con su madre por todos lados. La señora Linares había sido una mujer muy atractiva de joven. Se preguntó Julián por qué nunca se habría casado.
 
  “Dígame inspector, ¿qué es lo que está investigando? Pensé que la muerte de mi madre había sido declarada suicidio.”
 
  “Pues le diré, señor Linares, han llegado a mis manos otros tres casos en los que personas han fallecido en exactamente la misma manera que su madre. Es por esto que he sido asignado a investigar más a fondo,” declaró Julián.
 
  Estuvieron discutiendo la próxima media hora los puntos que llevaba Julián en su libreta: “¿Su mamá tenía algún enemigo?” “No que yo sepa”, “¿Algún hombre en su vida?” “No” …
 
  “Por último, señor Linares, el último trabajo de su madre fue como secretaria para el señor Carlo Salim. ¿Sabe usted por qué dejó ése trabajo o si tenía alguna relación personal con el señor Salim?,” preguntó Julián, sospechando ya la respuesta que iba a recibir.
 
  “Pues sí, inspector, mi mamá dejó de trabajar para ése tipo cuando él la embarazó. Desde entonces mi mamá nunca lo volvió a ver, sólo recibía una vez a la semana una despensa con algunas cosas de comida: huevos, carne, una caja de cereal, etcétera y un cheque. Desde que murió hace un mes yo los recibo, pero ésta semana no ha llegado, ahora que lo pienso. Pero tiene sentido, ví en las noticias que el tipo estiró la pata,” dijo Sergio, con una pequeña sonrisa en su rostro.
 
  “Si, siento mucho la pérdida de sus dos padres, no tenía idea,” contestó Julián, a lo que Sergio respondió sólo con un gesto indiferente. “¿Alguna vez conoció al señor Salim?”
 
  “No, ni lo quise conocer. Ése tipo no era mi papá, era sólo un güey con quien mi mamá se acostaba antes de que yo naciera.”  Obviamente no le tenía nada de cariño al señor Salim. Pero era claro para Julián que había tenido una relación muy cercana con su madre. No vio necesidad de indagar más en un tema que parecía ser muy sensible, e hizo una anotación en su cuaderno para investigar más tarde sobre la relación entre la señora Linares y el señor Salim.
 
  “Y, ¿qué me dice de su media hermana, Gema? ¿Tampoco la conoce?” Preguntó Julián, en parte por saber más sobre Sergio y en parte por la oportunidad de hablar de Gema.
 
  “No, nunca la conocí tampoco. He visto a los dos en fotos y en la tele, nada más. Aunque supongo que si fue criada por ése tipo, debe estar bastante zafada la chava, ¿no?”
 
  “No, en realidad es una joven muy inteligente, hermosa y amable. Se ve que quería mucho a su padre y él a ella.” Dijo Julián, aprovechando  la oportunidad de hablar de ella.
 
  Poco después, Julián salió del departamento. Se dirigió a la oficina para investigar más sobre Sergio y su madre. No dejó de pensar en los rizos color cobre o los ojos verdes en el resto del día. Unas horas después ya había encontrado toda la información existente de la familia Linares. En el certificado de nacimiento de Sergio no había ninguna referencia al padre. La señora Linares había depositado en su cuenta bancaria $2,000 a la semana durante los últimos treinta y dos años. Sergio había empezado a depositar ésta misma cantidad en su propia cuenta luego de que su madre muriera. A Julián le parecía muy poco dinero para que un hombre como el señor Salim diera a la madre de su hijo. El tipo era obviamente un marro de lo peor.
 
  Sergio había acabado la preparatoria en una escuela privada, pagada por el señor Salim. No había entrado a la universidad. No le parecía a Julián que fuera un tipo especialmente inteligente. Terminando la prepa había entrado a trabajar en un centro de fotocopiado, en donde llevaba más de diez años con el mismo mediocre salario.
 
  Ya era entrada la noche y Julián seguía en su escritorio, repasando sus notas. Sabía que había algo que estaba pasando por alto, ¿pero qué? Estaba a punto de rendirse e irse a su casa cuando le llegó la inspiración. Buscó rápidamente el archivo del señor Espíndola, el primer asesinato. Encontró la dirección de su negocio. Era el mismo en donde trabajaba Sergio Linares. Se apresuró a sacar el folder con el caso del señor Rodríguez, el segundo asesinato, estaba seguro que debía haber algo que lo relacionara con Sergio, empezaba a parecer demasiado coincidental que tuviera una relación con tres de los cuatro muertos. Finalmente la encontró. El señor Rodríguez vivía a sólo dos cuadras del centro de fotocopiado. Julián no lo había notado por el cambio de colonias. El negocio de las fotocopias estaba en la Doctores, mientra el departamento del señor Rodríguez estaba en la Condesa, separadas solamente por una avenida.
 
  Para ése momento, Julián estaba seguro que había encontrado a su asesino. Sergio era la única relación entre todas las víctimas. Guardó todo en la oficina y se dirigió a su casa. En la mañana iría a interrogar de nuevo a Sergio y repasaría la evidencia.  En el trayecto a su departamento iba pensando en cómo pudo haber pasado todo.
 
  El señor Espíndola había sido el jefe de Sergio durante años. Probablemente lo veía un poco como una figura paterna, debido a la edad. En realidad, físicamente tenía un gran parecido con el señor Salim, ambos eran hombres de cabello blanco, ojos pequeños y cuerpo regordete. Ésa similitud debe haber sido el motivo para que Sergio lo matara. Tal vez un día no aguantó tener que verle la cara a su “papá” todos los días en el trabajo y decidió vengarse por abandonarlo a él y su mamá.
 
  El segundo asesinato, el del señor Rodríguez, probablemente había sido inspirado por algo similar. Por lo que Julián sabía de él, el señor Rodríguez era conocido por acostarse con las mujeres de su oficina. Era plausible que hubiera entrado un día al centro de fotocopiado con una de éstas mujeres y que verlo hubiera despertado en Sergio una rabia hacia su padre por aprovecharse de su posición de jefe con su madre, rabia que enfocó en el señor Rodríguez. La muerte de la madre de Sergio era la que parecía tener el motivo más claro para Julián. Probablemente, después de haber asesinado a los otros dos hombres, Sergio explotó un día al notar que su madre estaba contenta con su arreglo con el señor Salim y que nunca había hecho nada por exigir más para ella y su hijo. Seguramente fue ésa realización que lo llevó a matarla.
 
  Había un detalle que Julián no conseguía entender. ¿Por qué matarlos de ésa forma? ¿Por qué no solamente darles una sobredosis de diazepam? ¿Por qué planearlo para que se quedaran dormidos exactamente cuando estaban tomando su cereal? Entonces recordó lo que había mencionado Sergio de la despensa que mandaba cada semana el señor Salim. “¡El cerial!” Gritó de pronto Julián.
 
  Ahora todo tenía sentido. El único contacto de Sergio con su padre a través de los años había sido mediante ésa despensa que llegaba cada semana, con comida variada, pero siempre con una caja de cereal. Sergio debe haber ido amasando un rencor en contra enorme de el a lo largo de los años, hasta que explotó. Ahora se había deshecho de todas las personas que le habían recordado a ése hombre al que no quería llamar padre. Todas las personas que lo habían hecho sentir mal por ser el hijo bastardo de un millonario con su secretaria. Todas menos una…
 
  Julián paró en seco el coche y tomó su celular. Buscó el número de Sergio en su libreta. Sonaba y sonaba sin respuesta. Buscó otro número en su libreta y marcó. De nuevo el repique interminable. “Carajo Gema, ¿dónde estás?”Asesino Cerial
 
  Durante los primeros meses nadie se imaginaba que hubiera un asesino en serie andando por las calles de la Ciudad de México. No fue hasta la muerte del señor Carlo Salim que empezaron las sospechas. El señor Salim era no sólo un buen amigo del mismísimo Presidente, era también el hombre más rico del país. Su muerte parecía ser un extraño accidente o quizás un suicidio, pero aún así se decidió que lo mejor sería poner a uno de los mejores inspectores de la Ciudad de México en la investigación. Así fue como llegó Julián Olvera a la casa del señor Salim en la mañana del primero de junio.
 
  Había sido una semana especialmente calurosa, la temporada de lluvias llevaba ya un mes de retraso y no parecía que fuera a empezar pronto. El inspector Olvera llegó a la gran mansión en las Lomas y no pudo evitar admirarse con la opulencia del lugar. No sólo era el tamaño del terreno, el cual era enorme, sino que toda la construcción y los jardines eran simplemente majestuosos. Julián estaba anonado por el buen gusto que tenía el señor Salim, ¿o tal vez su diseñador? Toda la parte frontal de la casa era de mármol con ciertos bordes cubiertos en oro, incluso las flechas de los pequeños cupidos que lo observaban desde cada esquina de la construcción parecían ser de oro sólido. A lo largo de la extensa entrada había admirado desde su coche todas las estatuas de hombres y mujeres desnudos con cuerpos majestuosamente esculpidos. Julián nunca había ido a Europa, pero se imaginaba que los templos de los grandes dioses de la antigüedad debían ser algo parecidos a ésta hermosa mansión.
 
   Nada más cruzar la puerta de la entrada, Julián se vio sofocado por el olor a podredumbre. Según el informe, el señor Salim llevaba menos de dos días muerto, pero Julián sabía por experiencia que con el calor la descomposición ocurría más rápido. Había leído la documentación en el camino y en su opinión todo apuntaba a que esto fuera un suicidio excéntrico y nada más. Sobre el señor Salim no sabía mucho. Sabía que era un ingeniero químico, aunque hacía años que no trabajaba como tal. Sabía que tenía varias compañías, siendo la más grande una conocida tienda departamental a nivel mundial. Sabía que había enviudado unos años antes y que tenía una hija de veintitrés años llamada Gema.
 
  Al hacerse camino hacia la cocina, en donde se encontraba el cuerpo, Julián pudo notar que las paredes estaban completamente cubiertas de hermosas obras de arte. Un cuadro en especial había llamado su atención, se trataba de un retrato del difunto señor Salim sentado en un trono morado con bordes de oro, parada a su lado se encontraba su hija, Gema. El señor Salim era un hombre de unos cincuenta y tantos años, con cara redonda, ojos pequeños color miel y cuerpo de luchador de zumo. La hija, en cambio, era una mujer joven, delgada, y sin duda la más hermosa que Julián hubiera visto en su vida. Julián, a sus 36 años, no era un hombre joven, ni tampoco especialmente guapo, pero le iba bastante bien con las mujeres. Aún así, sabía que el jamás podría aspirar a estar con una mujer tan hermosa.
 
  Se forzó a sí mismo a dejar de mirar ése bello rostro y se encaminó a la gigantesca cocina de portada de revista. Al entrar, Julián no pudo evitar pensar en su pequeña cocineta, en su pequeño departamento en la colonia Doctores, en donde desafortunadamente no tenía muchos utensilios de cocina, pero tampoco contaba con mucha variedad de comida que cocinar. Disfrutaba el cocinar más que la mayoría de los hombres, pero no había mucho que hacer con su sueldo de inspector.
 
  “Bueno, Julián, hasta que nos dignas con tu presencia,” dijo el doctor Antonio Becco, un hombre alto de piel morena y ojos claros conocido por su gran condición física y su latente homosexualidad. A Julián nunca le había molestado esto, Toño era un gran médico forense y un buen amigo.
 
“Hola Toño, ¿qué tenemos aquí?,”  dijo Julián. Había estado tan inmerso en la indiscutible riqueza del difunto señor Salim, que no había puesto atención al enorme cuerpo sentado en el centro del cuarto con su cara sumida en un tazón de cereal. La imagen era casi caricaturesca: un hombre obeso en sus cincuentas, sus manos sobre la mesa  con un ostentoso Rolex de oro asomándose por debajo de la bata de seda, mientras a su alrededor se veían charcos de leche derramada, pequeños malvaviscos de colores y pedazos de cereal. Por la caja sobre la mesa, Julián pudo notar que la última comida del señor Salim habían sido Lucky Charms. No era exactamente el suicido más regular, en especial para un hombre adinerado de cincuenta y tantos años. Julián hubiera apostado que Salim optara por un tiro a la cabeza, nunca un cereal azucarado con un hombrecillo vestido de verde en la caja.
 
  “Bueno, inspector Olvera,” contestó el Dr. Becco, interrumpiendo los pensamientos de Julián. “La causa de muerte es asfixia y a juzgar por la rigidez del cuerpo y el nivel de descomposición, tomando en cuenta el infernal calor que ha estado haciendo, yo diría que tiene aproximadamente cuarenta y ocho horas de muerto. No voy a saber nada más hasta que lo tenga en la morgue.”
 
  “Gracias Toño, si quieres ya empaca tus cosas y vete a la morgue, yo voy a dar una vuelta por la casa y te alcanzo allá en un rato.” Dijo Julián, echando un último vistazo al obeso hombre pudriéndose enfrente de él.
 
  Lentamente, Julián se encaminó hacia los dormitorios en el segundo piso. Cuando estaba subiendo las escaleras no pudo evitar ver de nuevo el enorme retrato familiar. Estando más cerca podía notar más detalles de la pintura. El señor Salim, con su cabello completamente blanco y sus pequeños ojos, daba la impresión de que el hombre nunca había sonreído en su vida y junto a él se encontraba la mujer más hermosa que Julián jamás había visto. Tenía bellísimos chinos color cobre, piel de porcelana y ojos tan verdes que parecían brillar a través del óleo. Julián seguía absorto en éstos ojos cuando una puerta se abrió al final de las escaleras.
 
  “Mi padre mandó a hacer ése retrato hace tres meses, como regalo de cumpleaños para mi.” Julián volteó para encontrarse de frente con ésa bellísima mujer. Usaba  un vestido negro y sus ojos estaban llenos de lágrimas, el rimel corriendo por sus mejillas. Julián no podía apartar la mirada. “Yo siempre me quejaba de que no pasábamos suficiente tiempo juntos y nunca lo veía, el dijo que de ésta forma siempre lo tendría en casa.”
 
  “¿Se encuentra bien?,” le preguntó a Julián, al notar que no había contestado por varios minutos y que la estaba mirando de una manera a la que Gema ya  estaba acostumbrada. Sabía que era hermosa, siempre se lo habían dicho, y no era extraño que los hombres se quedaran boquiabiertos al verla por primera vez. Le esbozó una leve sonrisa de comprensión.
 
  “Si, estoy bien, disculpe,” dijo Julián, apartando su mirada de ésos ojos y volteando a ver las notas en su pequeño cuaderno. “Soy el inspector Olvera. Tengo unas preguntas para usté si no le importa, señorita Salim.”
 
  “Adelante, quiero ayudar en todo lo que pueda” Mientras decía esto, Gema pensaba en lo simpático que parecía el inspector. Se le hacía extremadamente tierna la forma en que éste hombre la miraba como si fuera algún premio inalcanzable.
 
 “Dígame, señorita Salim, ¿su padre viajaba mucho por negocios?”
 
  “Pues si, mi papá tenía negocios en todo el mundo, por lo que era extraño que estuviera en casa. Por favor, inspector, llámeme Gema.”
 
  “De acuerdo, Gema, siento tener que preguntar esto, pero ¿sabes si tu padre sufría de depresión o tenía alguna razón para estar más preocupado de lo habitual?”
 
  “El estado normal de mi papá era preocupado, es por eso que nunca me he ido a vivir fuera de casa, para cuidarlo. Estaba preocupada por su salud. Pero, sin importar qué problema tuviera en el trabajo, mi papá era un hombre contento con su vida. Jamás hubiera hecho algo así, no me dejaría sola. Por favor, inspector Olvera, manténgame al tanto del caso de mi padre, y dígame si hay algo en lo que pueda ayudar.” Cuando dijo esto las lágrimas volvieron a llenar sus ojos, dejando nuevas gotas negras caer de ésos intensos ojos verdes. Se veía hermosa y extremadamente frágil. Julián sólo podía pensar en abrazarla y confortarla. Debía ayudarla, de cualquier forma posible. No había nada que pudiera hacer por ella en ése momento sin parecer poco profesional, así que se limitó a decirle:
 
  “Gema, siento mucho tu pérdida. Te dejo mi tarjeta, por favor háblame si necesitas algo. Probablemente vaya a tener que hacerte más preguntas a lo largo de la investigación. Quiero que sepas que voy a hacer todo lo posible por averiguar qué le pasó a tu papá.” Gema tomó la tarjeta, lo miró a los ojos mientras hacía un gesto de afirmación y agradecimiento con la cabeza. Dio media vuelta y desapareció dentro del cuarto de donde había salido.  
 
  Unas horas después Julián llegó a la morgue, justo cuando Toño estaba terminando la autopsia.
 
  “Toño, veo que ya acabastes.”  Dijo Julián al aproximarse a la mesa donde se encontraba el cuerpo del señor Salim.  “¿Tienes algo más que agregar a tu reporte inicial?”
 
  “De hecho sí, Julián. Éste es un caso sumamente extraño.” Respondió Toño. Tomó de su escritorio un fólder y se lo dio al inspector. Parecía consternado. “Mandé analizar la sangre y resulta que tiene tres veces la dosis recomendada de diazepam, una medicina para dormir, que ingirió entre 2 y 3 horas antes de morir. Me pareció algo extraño que hubiera tomado pastillas para dormir con su desayuno, pero después de ver los contenidos estomacales pude notar que no había vestigio físico de las pastillas. Lo único en su estómago era leche y pedazos de cereal que aún no había digerido. Así que, analicé la leche y encontré que en ella había rastros de ésta droga. Debe de haber sido molida y mezclada con la leche. ”
 
  En ése momento Toño hizo una pausa, volteó a todos lados para asegurarse que no hubiera nadie escuchando y prosiguió: “Si hubiera sido un accidente como pensábamos al principio, no habría razón para que el señor Salim moliera la droga. Si, por otra parte, hubiera sido un suicidio, tendría que haber ingerido una mayor cantidad de pastillas para que fuera fatal y, de nuevo, no habría razón para molerlas.”
 
 Julián lo miró perplejo. “¿Qué estás diciendo Toño? ¿Crees que alguien asesinó al señor Salim? ¿Por qué lo haría de ésa forma? ¿Para qué darle pastillas para dormir y esperar a que se ahogara con su cerial matutino?”
 
 “Tú eres el inspector Julián, no yo, pero sí te digo que en mi informe estoy declarándolo muerte sospechosa.”
 
  “Disculpen la interrupción caballeros.” Voltearon Julian y Toño para encontrarse con un hombre alto, de cuarenta y tantos años, vestido en un elegante traje y bata de médico. “Dr. Becco, que gusto volver a verlo,” dijo a Toño con un tono sarcástico, sin apartar su mirada de Julián. “Usted debe ser el inspector Olvera, he escuchado cosas muy buenas de su trabajo. Yo soy el Dr. Mayer y soy el Supervisor Médico General. Siendo éste caso de tan alto perfil, voy a estar supervisándolo personalmente.”
 
  “Mucho gusto Dr. Mayer. Justo estaba diciéndome el Dr. Becco que va a declarar el caso del señor Salim como muerte sospechosa.  Inmediatamente me voy a poner a trabajar para averiguar quién pudo tener motivo para matarlo,” dijo Julián, volteándose para salir. Había algo en el doctor que simplemente no le gustaba.
 
  “Me parece excelente inspector, pero antes de que se vaya hay algo que quisiera mostrarle.” Le entregó una serie de documentos. “Éstos son otros tres casos que encontré en los que alguien ha muerto ahogado en un plato de cereal. El más antiguo es de hace dos meses. Todos han sido declarados muertes accidentales o suicidios. Pensé que tal vez podría haber una conexión. Espero que le sean útiles y si necesita algo, no dude en llamarme.” Julián recibió la tarjeta que le estaba entregando el Dr. Mayer, pero no podía levantar la vista de los documentos que tenía frente a él. Asintió con la cabeza, murmuró algo parecido a un agradecimiento y salió del cuarto de autopsias.
 
  En el trayecto de la morgue a su casa, Julián no podía dejar de repasar la nueva información en su cabeza. De los tres reportes que había recibido del Dr. Mayer, sólo en dos habían hecho pruebas de sangre. Los resultados eran los mismos en ambos: una alta dosis de diazepam, exactamente tres veces lo recomendado. Estos dos casos eran los que habían sido declarados suicidios. Los tres difuntos no parecían tener nada en común.
 
  El primero había sido un señor de 55 años llamado Jorge Espíndola, que era dueño de un lugar de fotocopiado en la colonia Doctores. El segundo era un joven de 28 años llamado Mauricio Rodríguez, que tenía un puesto alto en una empresa farmacéutica con su sede en Santa Fe. El tercer caso era el más desconcertante. Se trataba de una mujer de 48 años llamada Daniela Linares, un ama de casa y madre soltera que llevaba más de treinta años sin trabajar. Ésta era la única que tenía una relación con el caso del señor Salim. El último trabajo de la mujer, treinta y dos años antes, había sido como su secretaria, sin embargo la mujer seguía depositando cada semana dinero en su cuenta bancaria. Julián repasó toda ésta información en su cabeza. Para cuando llegó a su casa, tenía completamente claro que ninguna de estas extrañas muertes se trataba de un suicidio o un accidente.
 
  Los días siguientes Julián los pasó entrevistando a las familias de las víctimas anteriores.  De los primeros dos casos no encontró ninguna otra información significativa. Dejó la familia de la señora Linares hasta el final. Al llegar al departamento en la colonia Doctores en donde vivía la señora, no muy lejos de su propio departamento, fue su hijo, Sergio, el que lo recibió en la puerta.
 
  “¿Es usted Sergio Linares?,” preguntó Julián.
 
  “Si, soy yo,” contestó Sergio. Tenía 31 años, aunque siempre le decían que parecía de menos por su cara de bebé. Era alto, aproximadamente un metro ochenta, con piel morena clara, cabello café oscuro y ojos miel.
 
  “Yo soy el inspector Julián Olvera, estoy a cargo del caso de su madre, ¿puedo pasar a hacerle algunas preguntas?”  Sergio asintió con la cabeza y lo encaminó a la sala. Julián pudo observar que había fotografías de él con su madre por todos lados. La señora Linares había sido una mujer muy atractiva de joven. Se preguntó Julián por qué nunca se habría casado.
 
  “Dígame inspector, ¿qué es lo que está investigando? Pensé que la muerte de mi madre había sido declarada suicidio.”
 
  “Pues le diré, señor Linares, han llegado a mis manos otros tres casos en los que personas han fallecido en exactamente la misma manera que su madre. Es por esto que he sido asignado a investigar más a fondo,” declaró Julián.
 
  Estuvieron discutiendo la próxima media hora los puntos que llevaba Julián en su libreta: “¿Su mamá tenía algún enemigo?” “No que yo sepa”, “¿Algún hombre en su vida?” “No” …
 
  “Por último, señor Linares, el último trabajo de su madre fue como secretaria para el señor Carlo Salim. ¿Sabe usted por qué dejó ése trabajo o si tenía alguna relación personal con el señor Salim?,” preguntó Julián, sospechando ya la respuesta que iba a recibir.
 
  “Pues sí, inspector, mi mamá dejó de trabajar para ése tipo cuando él la embarazó. Desde entonces mi mamá nunca lo volvió a ver, sólo recibía una vez a la semana una despensa con algunas cosas de comida: huevos, carne, una caja de cereal, etcétera y un cheque. Desde que murió hace un mes yo los recibo, pero ésta semana no ha llegado, ahora que lo pienso. Pero tiene sentido, ví en las noticias que el tipo estiró la pata,” dijo Sergio, con una pequeña sonrisa en su rostro.
 
  “Si, siento mucho la pérdida de sus dos padres, no tenía idea,” contestó Julián, a lo que Sergio respondió sólo con un gesto indiferente. “¿Alguna vez conoció al señor Salim?”
 
  “No, ni lo quise conocer. Ése tipo no era mi papá, era sólo un güey con quien mi mamá se acostaba antes de que yo naciera.”  Obviamente no le tenía nada de cariño al señor Salim. Pero era claro para Julián que había tenido una relación muy cercana con su madre. No vio necesidad de indagar más en un tema que parecía ser muy sensible, e hizo una anotación en su cuaderno para investigar más tarde sobre la relación entre la señora Linares y el señor Salim.
 
  “Y, ¿qué me dice de su media hermana, Gema? ¿Tampoco la conoce?” Preguntó Julián, en parte por saber más sobre Sergio y en parte por la oportunidad de hablar de Gema.
 
  “No, nunca la conocí tampoco. He visto a los dos en fotos y en la tele, nada más. Aunque supongo que si fue criada por ése tipo, debe estar bastante zafada la chava, ¿no?”
 
  “No, en realidad es una joven muy inteligente, hermosa y amable. Se ve que quería mucho a su padre y él a ella.” Dijo Julián, aprovechando  la oportunidad de hablar de ella.
 
  Poco después, Julián salió del departamento. Se dirigió a la oficina para investigar más sobre Sergio y su madre. No dejó de pensar en los rizos color cobre o los ojos verdes en el resto del día. Unas horas después ya había encontrado toda la información existente de la familia Linares. En el certificado de nacimiento de Sergio no había ninguna referencia al padre. La señora Linares había depositado en su cuenta bancaria $2,000 a la semana durante los últimos treinta y dos años. Sergio había empezado a depositar ésta misma cantidad en su propia cuenta luego de que su madre muriera. A Julián le parecía muy poco dinero para que un hombre como el señor Salim diera a la madre de su hijo. El tipo era obviamente un marro de lo peor.
 
  Sergio había acabado la preparatoria en una escuela privada, pagada por el señor Salim. No había entrado a la universidad. No le parecía a Julián que fuera un tipo especialmente inteligente. Terminando la prepa había entrado a trabajar en un centro de fotocopiado, en donde llevaba más de diez años con el mismo mediocre salario.
 
  Ya era entrada la noche y Julián seguía en su escritorio, repasando sus notas. Sabía que había algo que estaba pasando por alto, ¿pero qué? Estaba a punto de rendirse e irse a su casa cuando le llegó la inspiración. Buscó rápidamente el archivo del señor Espíndola, el primer asesinato. Encontró la dirección de su negocio. Era el mismo en donde trabajaba Sergio Linares. Se apresuró a sacar el folder con el caso del señor Rodríguez, el segundo asesinato, estaba seguro que debía haber algo que lo relacionara con Sergio, empezaba a parecer demasiado coincidental que tuviera una relación con tres de los cuatro muertos. Finalmente la encontró. El señor Rodríguez vivía a sólo dos cuadras del centro de fotocopiado. Julián no lo había notado por el cambio de colonias. El negocio de las fotocopias estaba en la Doctores, mientra el departamento del señor Rodríguez estaba en la Condesa, separadas solamente por una avenida.
 
  Para ése momento, Julián estaba seguro que había encontrado a su asesino. Sergio era la única relación entre todas las víctimas. Guardó todo en la oficina y se dirigió a su casa. En la mañana iría a interrogar de nuevo a Sergio y repasaría la evidencia.  En el trayecto a su departamento iba pensando en cómo pudo haber pasado todo.
 
  El señor Espíndola había sido el jefe de Sergio durante años. Probablemente lo veía un poco como una figura paterna, debido a la edad. En realidad, físicamente tenía un gran parecido con el señor Salim, ambos eran hombres de cabello blanco, ojos pequeños y cuerpo regordete. Ésa similitud debe haber sido el motivo para que Sergio lo matara. Tal vez un día no aguantó tener que verle la cara a su “papá” todos los días en el trabajo y decidió vengarse por abandonarlo a él y su mamá.
 
  El segundo asesinato, el del señor Rodríguez, probablemente había sido inspirado por algo similar. Por lo que Julián sabía de él, el señor Rodríguez era conocido por acostarse con las mujeres de su oficina. Era plausible que hubiera entrado un día al centro de fotocopiado con una de éstas mujeres y que verlo hubiera despertado en Sergio una rabia hacia su padre por aprovecharse de su posición de jefe con su madre, rabia que enfocó en el señor Rodríguez. La muerte de la madre de Sergio era la que parecía tener el motivo más claro para Julián. Probablemente, después de haber asesinado a los otros dos hombres, Sergio explotó un día al notar que su madre estaba contenta con su arreglo con el señor Salim y que nunca había hecho nada por exigir más para ella y su hijo. Seguramente fue ésa realización que lo llevó a matarla.
 
  Había un detalle que Julián no conseguía entender. ¿Por qué matarlos de ésa forma? ¿Por qué no solamente darles una sobredosis de diazepam? ¿Por qué planearlo para que se quedaran dormidos exactamente cuando estaban tomando su cereal? Entonces recordó lo que había mencionado Sergio de la despensa que mandaba cada semana el señor Salim. “¡El cerial!” Gritó de pronto Julián.
 
  Ahora todo tenía sentido. El único contacto de Sergio con su padre a través de los años había sido mediante ésa despensa que llegaba cada semana, con comida variada, pero siempre con una caja de cereal. Sergio debe haber ido amasando un rencor en contra enorme de el a lo largo de los años, hasta que explotó. Ahora se había deshecho de todas las personas que le habían recordado a ése hombre al que no quería llamar padre. Todas las personas que lo habían hecho sentir mal por ser el hijo bastardo de un millonario con su secretaria. Todas menos una…
 
  Julián paró en seco el coche y tomó su celular. Buscó el número de Sergio en su libreta. Sonaba y sonaba sin respuesta. Buscó otro número en su libreta y marcó. De nuevo el repique interminable. “Carajo Gema, ¿dónde estás?”
 

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Published on e-Stories.org on 17.05.2014.

 
 

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