Me acabo de encender un
cigarrillo. Tanto mirar el escritorio con el paquete rondando ha hecho que este
mal vicio vuelva a mi y me incite a encenderme otro pitillo. Siempre me ha
gustado el sabor del cigarro encendido con una cerilla. Las primeras caladas
siempre saben diferente… aunque sean igual de perjudiciales.
Sigo observando. Hay unas rosas
marchitas en un jarrón que se han secado. Ofrecen una imagen a la vez bella y
triste. Me traen muchos recuerdos sobre la persona que me las regaló. Nunca me
han gustado las flores, pero hay un día en el que es tradición regalar rosas y
no me podía negar. Cerca de las flores hay un recipiente con velas e incienso.
Las velas están prendidas y el incienso deja un agradable aroma en la
habitación. Siempre enciendo velas en los días lluviosos, sobretodo por la
noche. No significan nada, simplemente adoro la luz que emanan. Es la única luz
que ilumina la habitación, aparte de la del ordenador, que de por sí es muy
desagradable.
Mi mirada se posa en el altillo
de la ventana, donde sitúo las cosas que más uso. Tengo muchas colonias, unas
veinte. La mayoría no me las compro, sino que me las regalan, y las voy acumulando. Hay una para cada día, que
me pongo según mi estado de ánimo. Entre las colonias identifico una de ellas,
que siempre había sido mi favorita, pero que también lo era para una persona
que fue muy especial para mí, y no puedo evitar evocar su imagen cada vez que
me la pongo. Al lado de las colonias esta mi maquillaje. Tengo muchísimo
maquillaje, a pesar de que la mitad no lo use, y el que siempre uso lo llevo
siempre encima en un neceser dentro de mi bolso. A la derecha del maquillaje
está mi desodorante y mis CDs de música. Otra colección de la que me puedo
permitir presumir. Me bajo música de Internet, por supuesto, pero si algo me
gusta de verdad me compro el CD. Me encantan los CDs originales, con sus carátulas,
su librito, y letras, comentarios o imágenes… y su precio hace que sea algo que
cuide con todo mi cariño.
El resto de la habitación, a parte de estar llena de
libros de todo tipo, está muy decorada. Fotos, pósteres, tarjetas, postales,
llaveros… siempre he opinado que las habitaciones que más llenas de cosas están
más personalidad tienen. Nunca me han gustado las casas en las que entras y
todo está impecablemente limpio y ordenado, perfectamente alineado y colocado,
como si nadie viviese allí y lo descolocase. En casa de mis padres pasa igual
que en mi habitación. Mi madre es escritora, por lo que los libros abundan por
todas partes, y no hay ni un centímetro de la casa que no tenga una estantería
con libros o un cuadro colgado en la pared. Adoro esa casa. En el fondo,
siempre la sentiré como mi casa, aunque ya no viva allí. A pesar de todo, ahora
tengo otra vida… y su reflejo está en todo lo que acabo de escribir, en todas
mis posesiones, en mis cosas personales. Cada objeto cuenta una historia… y yo acabo
de contar la mía a través de ellos.
01.45 a.m. Se sigue oyendo
el repiqueteo de la lluvia al caer…